EEUU Y BRASIL AMENAZAN AL PRINCIPAL COMPLEJO EXPORTADOR ARGENTINO

por Javier Preciado Patiño *

Hasta que la minería y la energía se desarrollen plenamente como los otros dos motores fuera de borda de la generación de divisas de la Argentina, el agro sigue siendo el que tracciona los dólares que necesita el país para paliar la restricción externa. Y dentro de las exportaciones agropecuarias, es el complejo de la soja el principal, que genera unos US$20.000 millones al año o entre uno de cada tres o cuatro dólares que se generan por la exportación de bienes.

Gracias a la inversión que se hizo en plantas de molienda en la zona de Rosario sobre el río Paraná, con una capacidad de 70 millones de toneladas año, la Argentina se convirtió en el primer exportador mundial de harina y aceite de soja, dos productos del primer piso de agregación industrial de valor al poroto.

Pero este liderazgo está amenazado por las agresivas políticas agrícolas y comerciales de los Estados Unidos y Brasil.

En primer lugar porque desde la campaña 2014/15, cuando se alcanzó la mayor producción de soja en la Argentina, con 61,4 millones de toneladas en el segundo mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la producción ha venido declinando sistemáticamente. Y en segundo lugar porque los dos países mencionados, que son el primero y segundo productor mundial respectivamente, están desarrollando políticas de promoción de la exportación de harina de soja en lugar de poroto. Veamos ahora los detalles.

Cuando el macrismo toma el poder, en diciembre de 2015, elimina los derechos de exportación del maíz y el trigo (que tributaban 20 y 23% respectivamente) pero deja en 30% los de la soja. Este viraje en materia arancelaria modifica sustancialmente los márgenes de los cultivos y hace que tres millones de hectáreas pasen de la soja al maíz en los siguientes años, mientras que otro millón más de la soja pasa a otros cultivos.

Cuando en 2018 ese gobierno se ve obligado a volver a poner las retenciones, no solo sostiene un fuerte diferencial entre la soja y los cereales (21 puntos porcentuales) sino que elimina el diferencial entre la soja y la harina y el aceite, favoreciendo la exportación de la materia prima en lugar de los subproductos industriales.

La producción de la oleaginosa comienza a declinar desde esos 61,4 millones de toneladas hasta 43,9 en la 2021/23, es decir un 29% de caída, aumentando la capacidad ociosa industrial. En el ínterin Estados Unidos y particular Brasil aumentan la producción hasta llegar a la situación presente, en donde el primero produce anualmente en torno a las 120 millones de toneladas, Brasil camino de las 180 y la Argentina estancada en 50 millones.

Ahora bien, la política de la Administración Trump acelera la amenaza para nuestro principal complejo exportador. El gobierno ha decidido privilegiar el uso de aceite de soja para la producción de biodiesel, castigando la importación de otros materiales como ocurría durante la administración Biden.

En la campaña 2025/26 por primera vez, en los EEUU se utilizará más aceite de soja para la producción de biodiesel que para el consumo humano. Se prevé que el 53% del aceite será consumido para la producción de combustible.

Pero como solo el 20% del poroto es aceite, la decisión de Trump generará grandes excedentes de harina de soja, que el mercado estadounidense no puede consumir y que necesariamente deberán ser exportados.

De acuerdo al último informe del USDA (el departamento de Agricultura de los EEUU) la exportación de harina de soja aumentará a 17 millones de toneladas, 62% más que diez años antes. Con una exportación estimada de 30 millones, la Argentina seguirá siendo el principal exportador, pero su participación global habrá caído al 37% cuando hace diez años teníamos el 42%, mientras que EEUU aumenta del 17 al 21% en el mismo lapso.

Pero esto es solo el principio del problema. La política arancelaria y de comercio exterior de EEUU está llevando a que los países del este asiático cierren acuerdos de compra de productos agrícolas para compensar las balanzas comerciales.

Hace un par de meses tuve la oportunidad de recibir a directivos de la principal compañía alimentaria de Vietnam, país que nos compra unas 4 millones de toneladas de harina de soja y 6 millones de maíz. Pocas semanas después leía sobre el acuerdo que habían alcanzado con EEUU para aumentar sus compras en ese país, en el marco de la guerra de aranceles de Trump. Lamentablemente carecemos de las herramientas que permitan afianzar los negocios de nuestro país en el nuevo desorden mundial.

Los créditos que otorga EEUU a los proveedores de aceite de soja les permite ser más agresivos con los precios de la harina en los mercados externos. Por otra parte están cambiando la logística, moliendo en origen (en el Midwest donde se produce la mayor cantidad de soja), enviar la harina por tren hasta los puertos del Pacífico y de ahí cargarla hacia al este asiático con un flete mucho más barato que la Argentina y Brasil.

Yendo al tema de Brasil, hoy es el principal proveedor de soja de China, con cerca de 80 millones de toneladas al año, sobre las ciento y pico que exporta. Si bien la coordinación con China es muy grande en esta materia (Cofco expandió su puerto en Santos y se habla de que podría avanzar el proyecto de tren transcontinental hasta la terminal peruana de Chancay) lo cierto es que esta dependencia de China es peligrosa para el agro brasileño. De manera que su estrategia ahora es diversificar las exportaciones, con mayor participación en harina de soja.

Al igual que los EEUU, Brasil aumenta el corte obligatorio de biodiesel, requiriendo más aceite de soja para ello. Así, nuevamente se generan excedentes de harina cuyas exportaciones se proyectan en 23,2 millones de toneladas, marcando un crecimiento de 66% en los últimos diez años.

El desafío para la Argentina está planteado. El primer paso necesario es aumentar el corte obligatorio del biodiesel, retirando aceite de la oferta global lo cual indirectamente favorece la colocación de harina. Es algo que reclaman los gobiernos de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.

El segundo punto merece un debate profundo. Solo un 10/12% de la producción nacional de soja se exporta como poroto, contra el 60/66% del maíz en el cual el único valor agregado es el flete de la chacra al puerto. ¿Cuál es la ganancia del país favoreciendo con menores retenciones a un cultivo que en dos tercios de su producción no genera puestos de trabajo directos industriales, como sí los genera la industria aceitera, sea tanto la exportadora como la extrusora?

La soja se puede hacer de una manera sustentable, en rotaciones, si se modifica la ley de arrendamientos evitando el contrato accidental. Lamentablemente este cultivo, que llegó a la Argentina para paliar los efectos nocivos del monocultivo del maíz, allá por los años 60 y 70, terminó siendo demonizada en este siglo y convertida en la vaca lechera de la caja fiscal.

Pero la condición corporal de la vaca está cada vez peor y amenazada por grandes depredadores. Es hora, entonces, de debatir esto en profundidad y generar una propuesta que nos permita seguir paliando la restricción externa hasta que los otros dos motores de la minería y la energía estén operando a plena capacidad.

* Javier Preciado Patiño Ingeniero agrónomo, ex subsecretario de Mercados Agropecuarios