EL EJE DE LA RESISTENCIA PALESTINA Y LA INTEGRACIÓN DE EURASIA

LOS ESPECTROS DE OCCIDENTE

Por Federico Donner

Siete países musulmanes

Hace más de 30 años que el actual Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu insiste con que Irán está a punto de desarrollar armas nucleares. Su afirmación nunca tuvo asidero y fue recientemente desmentida por la inteligencia estadounidense, británica e israelí. Tampoco fue apoyada por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), cuyo titular Rafael Grossi declaró públicamente que su organismo no tiene pruebas sobre armas atómicas iraníes.

Sin embargo, sus declaraciones llegaron tarde. Pocos días antes del ataque israelí a Irán, la AIEA había emitido un informe bajo presión de las potencias occidentales que dominan el organismo a sus anchas sobre supuestos incumplimientos por parte de Irán. Era el pretexto que esperaban Israel y EEUU para que el primero iniciara hostilidades. Las aclaraciones posteriores de Grossi sólo sirven para evidenciar el vaciamiento y la impotencia de los organismos internacionales.

Algo similar había sucedido hace más de 20 años cuando EEUU acusaba a Irak de contar con un arsenal de armas químicas como pretexto para destruir ese estado y apropiarse de sus recursos.

Entre la censura y la autocensura, la prensa argentina reproduce vergonzosamente la perspectiva estadounidense e israelí en sus “análisis”. Los expertos que convocan frente a cámara soslayan lo fundamental, tal como señala el historiador israelí de origen iraquí Avi Shlaim:

– Irán jamás atacó a un país vecino, mientras que Israel lo ha hecho en varias ocasiones, sobre todo en los últimos dos años.

– Israel es el único país de la región que posee armas nucleares desde hace varias décadas.

– Israel jamás firmó el Tratado de No Proliferación, cosa que Irán sí.

– Nunca permitieron los israelíes ningún tipo de inspección por parte de veedores internacionales, a diferencia de Irán.

Por todo eso, concluye que Israel sí es una amenaza existencial para Irán, y no lo contrario, tal como vociferan las empresas mediáticas occidentales.

Nuestros medios locales tampoco parecen recordar que Israel está cometiendo un genocidio contra los palestinos desde hace dos años ni tampoco que fue el propio Trump el que en su mandato anterior abandonó unilateralmente el acuerdo firmado entre EEUU e Irán durante la presidencia de Obama, el presidente norteamericano más beligerantes de este siglo. Todo esto, sin mencionar que Trump engañó a los iraníes mostrándose dispuesto a retomar el diálogo mientras coordinaba con Israel un ataque de decapitación de su cúpula militar y de inteligencia para propiciar un cambio de régimen.

Cabe recordar también que el ataque israelí a las instalaciones nucleares iraníes es una flagrante violación a la Convención de Ginebra, al igual que el bombardeo de hospitales y canales de televisión.

Pese a la aparente inestabilidad de Trump en sus decisiones, EEUU e Israel siguen un guión que ya fue escrito hace tiempo. En 2009 circuló un paper elaborado por el Saban Center, un Think tank estadounidense que provee análisis y cursos de acción políticos para Medio Oriente. El trabajo se titula Which path to Persia? Options for a New American Strategy Towards Iran (¿Qué camino tomar hacia Persia? Opciones para una nueva estrategia americana sobre Irán). Allí se consigna claramente que la estrategia para lidiar con Irán es la de firmar un acuerdo nuclear con el país persa, y luego boicotearlo para poder aducir que los iraníes se niegan a cumplirlo.[1] Ese sería el escenario ideal para bombardear sus instalaciones nucleares y propiciar el tan anhelado cambio de régimen.

Se trata de volver a restituir un gobierno sometido a los EEUU tal como fue la experiencia del Sha de Persia, que mantuvo una alianza estratégica con Israel y con la Sudáfrica del Apartheid, hambreando a su población y reprimiéndola a través de la Savak, la temible policía secreta del Estado Imperial de Irán. Fue en ese contexto que Alemania Occidental construyó reactores nucleares en Irán para uso pacífico. Dicho gobierno neocolonial fue derrocado a finales de la década de 1970 por la revolución iraní, que resistió varios embates. Entre ellos, una guerra de ocho años con Irak, en la que Saddam Hussein los atacaba con las armas químicas provistas por los EEUU.

Este plan de acción contra Irán se articula a su vez con la hoja de ruta que siguieron los EEUU después del 11 de septiembre de 2001, en el único ataque de Al-Qaeda contra objetivos estadounidenses (luego actuaron como aliados, al igual que ISIS, que en este momento opera en Gaza contra Hamas y es financiado por Israel).

En el año 2003, el excomandante de las fuerzas de la OTAN en Europa, el General Wesley Clark,  publicó el libro The Clark Critique, en el que afirma haberse reunido con un alto oficial militar en Washington en noviembre de 2001, quien le informó que el gobierno de Bush planeaba atacar primero Irak antes de tomar medidas contra Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, muchos funcionarios de la administración Bush parecían decididos a actuar contra Irak, a quien acusaban de haber apoyado estatalmente al terrorismo contra objetivos estadounidenses, «a pesar de que no existía ninguna prueba de patrocinio iraquí del 11-S».

Clark critica el plan de atacar a esos siete estados, afirmando que se trataba de los países equivocados, pues ignoraba las «verdaderas fuentes de terrorismo».

También condena la invectiva de George Bush sobre el Eje del Mal durante su discurso sobre el Estado de la Unión de 2002, pues, según Clark, “no había conexiones obvias entre Irak, Irán y Corea del Norte”.

Si bien reconoce el apoyo iraní y sirio a grupos de resistencia como Hizbulá del Líbano y el movimiento palestino Hamas, afirma que ninguno de los dos atacaban a los estadounidenses (ni a ningún otro país). Las verdaderas fuentes del terrorismo son aliados de Estados Unidos en la región, como Egipto o Arabia Saudita.

Estos siete objetivos son casualmente los mismos que señala Netanyahu en su libro Fighting Terrorism. How Democracies can defeat domestic and international terrorism (Lucha contra el terrorismo. Cómo las democracias pueden derrotar al terrorismo local e internacional). El texto apareció en 1995, poco tiempo después de fogonear el asesinato de Rabin y un año antes de ganar su primera elección como Primer Ministro.

Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán son los objetivos señalados. Irán es el último de la lista, pues el resto ya fueron devastados por guerras que los han transformado en estados fallidos, sin unidad ni soberanía territoriales, y en donde las bandas armadas al servicio de EEUU e Israel saquean los recursos naturales, aterrorizan, desplazan y empobrecen a las poblaciones que supieron gozar de un estado de bienestar. Paradójicamente, la mayor parte de estos grupos proxies tienen afiliación con ISIS o Al Qaeda, y llevan adelante matanzas de cristianos ignoradas convenientemente por Occidente. En todos los casos, estos estados habían apoyado a los grupos de la resistencia palestina, cuyo único objetivo es la liberación nacional de los palestinos y no sembrar el terror a lo largo y a lo ancho del mundo ni llevar adelante cruzadas religiosas. La resistencia palestina, si bien está inspirada en el Islam, está también integrada por grupos nacionalistas, marxistas, y por cristianos. La narrativa occidental busca confundir a las audiencias y homologar, por ejemplo, a Hamas con Isis, tal como lo hizo Netanyahu al comenzar el genocidio contra los palestinos. En realidad, como dijimos más arriba, es precisamente Isis el instrumento que utiliza Israel para combatir a Hamas mientras continúa la masacre de civiles en su objetivo de despoblar Gaza para luego anexarla definitivamente. 

El eje de la resistencia

Para Israel, se trata de aislar a la resistencia palestina para poder completar su proyecto de limpieza étnica, cuyo primer gran paso fue la Nakba de 1948. Irán es el último escollo, luego del cambio de régimen que Israel propició en Siria, ahora gobernada por el HTS, una facción de Al Qaeda que responde a Israel y a EEUU y que está llevando adelante una verdadera carnicería en el país, particularmente contra los sirios cristianos. Al Julani, al mando del gobierno, pasó de ser un conocido terrorista de Al Qaeda buscado en todo el mundo a ser recibido con todos los honores en Francia por Macron. La caída de Siria fue clave para cortar la ruta de provisión de armas desde Irán hacia el sur del Líbano, donde Hizbulá es muy fuerte y se está reagrupando.

Al contrario de lo que dice la prensa occidental, Israel no derrotó a Hizbulá, sino que de hecho ganaron recientemente las elecciones municipales libanesas. Hizbulá forma parte del eje de la resistencia palestina junto con Ansar Alá, los mal llamados houtíes de Yemen, que dejaron fuera de combate a la Marina estadounidense. Trump pasó de anunciar una guerra de exterminio contra Ansar Alá a una rendición que quiso disfrazar de triunfo. La verdad es que los yemenitas gobiernan el Mar Rojo y no dejan pasar a ninguna nave que consideren que apoya a Israel. Ansar Alá continúa atacando a Israel con misiles hipersónicos hasta que termine el genocidio. Todo país tiene la responsabilidad jurídica de impedir la efectivización de un genocidio y ellos son los únicos que están cumpliendo con esa exigencia del derecho internacional.

Brics y la integración de Eurasia

El ataque a Irán no se explica solamente por los intereses regionales de Israel ni por las necesidades de supervivencia política de Netanyahu. Irán es un actor clave del BRICS, y es el principal proveedor de energía de China. El Gobierno chino considera que esto es una línea roja y saben que ellos son el próximo objetivo de EEUU y de la OTAN. El primero fue Rusia, a través del conflicto con Ucrania.

Durante años, escuchamos que Ucrania estaba derrotando militarmente a Rusia. Nada de eso sucedió. Zelenski estuvo dos veces a punto de firmar un tratado de paz, y fue presionado por los británicos, los europeos y EEUU para retirarse de la mesa de negociaciones. Occidente continúa sacrificando vidas ucranianas mientras Rusia afianza su indiscutible victoria militar y estratégica.

Desde la caída de la URSS, Europa y EEUU violaron todos los acuerdos con respecto al despliegue de bases de la OTAN rodeando a la Federación Rusa. La voladura del gasoducto Nord Stream con el que Rusia proveía de energía barata a la industria pesada alemana y a una parte considerable de Europa occidental fue obra de los servicios de inteligencia británicos.

Al mismo tiempo, mientras Netanyahu preparaba el lanzamiento de su campaña genocida en Gaza, anunciaba un nuevo mapa de Asia Occidental (Medio Oriente según la jerga colonial) que mostraba a Israel como un eje clave de una supuesta nueva ruta energética que desde Arabia Saudí hasta el Mediterráneo, que reemplazaría a Irán y a Rusia como exportadores de energía barata hacia Europa. Netanyahu se refería a las reservas de gas que se encuentran en la costa de Gaza y del sur del Líbano, a las que Israel bautizó Leviatán.

La promesa de Trump de acabar con las guerras fue parte de un simulacro para engañar a su base electoral. Basta analizar cómo se había comportado Trump con Rusia y con Irán en su administración anterior y ver de qué modo en este segundo mandato utilizó a las negociaciones de paz como un arma de guerra. Ha socavado su credibilidad frente a las potencias no occidentales.

A fines de mayo, pocos días antes del ataque ilegal e injustificado de Israel, Irán recibía el primer tren proveniente de la ciudad china de Xian, inaugurando oficialmente así una nueva ruta ferroviaria comercial que conecta China con el puerto seco de Aprin, cerca de Teherán.

El 12 de mayo, funcionarios ferroviarios de Irán, China, Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Turquía se habían reunido en Teherán para impulsar una red ferroviaria transcontinental que conecte Asia con Europa, según informó la Agencia de Noticias Tasnim el 25 de mayo.

Esto resulta clave no sólo por la ampliación de las relaciones comerciales y estratégicas entre China e Irán, sino también porque de este modo el gobierno iraní busca eludir las sanciones económicas estadounidenses que pretenden estrangular su economía y sus exportaciones petroleras. La línea ferroviaria entre ambos países facilita las exportaciones de petróleo iraní a China y permite que los productos chinos lleguen a Europa sin la interferencia naval estadounidense.

A esto se suma el hecho de que el día 18 de febrero Irán y Rusia firmaron un acuerdo para finalizar el tramo ferroviario de un corredor de transporte norte-sur. Este corredor conecta San Petesburgo con la India a través del puerto iraní de Chabahar, y también está exento de las sanciones estadounidenses.

Llama poderosamente la atención el hecho de que los analistas críticos de nuestro país y de la región continúen entrampados en el laberinto discursivo del supuesto desarrollo de armas atómicas iraníes. Los iraníes llevan más de 70 años utilizando sus plantas nucleares para uso pacífico, y eso no es más que una excusa para explicar las actuales hostilidades hacia Irán, sin reparar en que el verdadero objetivo de Estados Unidos, Israel y la OTAN  es destruir o al menos demorar la integración comercial y estratégica de Eurasia, en la cual Brics juega un rol fundamental. El problema radica en que una crítica a la colonialidad, al colonialismo o al neocolonialismo no puede nutrirse únicamente de las fuentes de información y de las perspectivas imperiales.

De poco sirve calificar a Trump de débil, cambiante o caprichoso sin analizar en profundidad los intereses estructurales que están en juego. Mucho menos, reducir todo a los intentos de supervivencia política de Netanyahu. Es cierto que su estrategia consiste en escapar de todos sus problemas judiciales y políticos a través de la apertura permanente de nuevos frentes beligerantes. Si tomamos en serio esta hipótesis reduccionista, estaríamos afirmando que toda la élite política, militar y económica del Norte Global se mueve al ritmo de la política doméstica israelí y de las necesidades personales de Netanyahu, que tiene un pedido de captura emitido buscado por la Corte Internacional Penal por sus crímenes contra los palestinos. Por supuesto que es importante tener en cuenta que si Netanyahu no consigue los objetivos militares que se propuso en Gaza o en Irán (lejos estaría de lograrlo) probablemente vaya a perder las próximas elecciones. Pero esto sería ignorar la disputa entre Eurasia y el complejo militar industrial estadounidense-israelí, que incluye también a todas las agencias de inteligencia de Europa Occidental y de nuestra región.

Pero entonces, es necesario que podamos calibrar qué tipo de relación sostienen EEUU e Israel desde hace casi ochenta años.

Por lo general, existen tres teorías sobre el peso del lobby sionista en Washington:

a) Los sionistas gobiernan occidente y todos los políticos han sido de algún modo tentados económicamente por los intereses israelíes. Desde esta perspectiva, el control efectivo radicaría en Tel-Aviv y no en Washington.

b) El sionismo es una herramienta del imperialismo occidental y el control pasó de Londres a Washington luego de la Segunda Guerra Mundial.

c) En realidad habría una simbiosis completa entre sionismo, imperialismo y capitalismo. Desde esta mirada, el imperio no podría subsistir sin la colonia sionista en Asia Occidental y sus mecanismos de propaganda se desarticularían si Israel dejara de integrar este entramado.

Existiría una cuarta interpretación, la que propone Tim Anderson, un académico y militante político de origen australiano que fue expulsado de la Universidad de Sidney por sus posturas críticas sobre el papel de EEUU e Israel en Asia Occidental. Anderson escribió varios libros, entre los que se destacan The Dirty War on Syria: Washington, Regime Change and Resistance (La guerra sucia en Siria. Washington, cambio de régimen y resistencia), de 2016, Countering War Propaganda of the Dirty War on Syria (Contrarrestando la propaganda bélica de la guerra sucia en Siria), de 2017 y Axis of Resistance: towards an independent Middle East (El eje de la resistencia. Hacia un Medio Oriente independiente), de 2019.

Para este autor, la colonia israelí es efectivamente una extensión del Estado norteamericano, aunque también es cierto que goza de una relativa autonomía. En esto coincide con los líderes yemenitas de Ansar Alá, y del líder de Hizbulá asesinado recientemente por Israel, Hassan Nasralá, tal como lo consignara en una entrevista reciente con Laith Marouf.

Los Juegos del hambre

Mientras tanto, el genocidio israelí en Gaza y los pogroms y la anexión de territorios palestinos en Cisjordania continúan de forma cada vez más cruel. Violando absolutamente todas las normas del Derecho Internacional a diario, el ejército de ocupación israelí dispara con todo tipo de armamento contra los miles de palestinos famélicos a los que obliga a caminar decenas de kilómetros en busca de una bolsa de harina. Los palestinos saben que se trata de una trampa mortal, y sin embargo no tienen opción. Todas las agencias de Naciones Unidas y otros organismos de asistencia alimentaria han sido expulsados o bloqueados de Gaza. Israel asesinó a más de doscientos miembros de la ONU, fundamentalmente de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo, a la que declaró ilegal. Además, está acabando con todo el personal médico, que ya no tiene casi dónde atender a los cientos de palestinos heridos a diario. La situación es crítica, y estamos a punto de presenciar un exterminio por hambre.

Luego de dos meses sin que entrara ni una gota de agua, comida, medicinas ni combustible en Gaza, desde finales de mayo se ha permitido la entrada de un flujo constante de harina blanca y productos enlatados. La mayor parte se ha destinado a asentamientos en Rafah y en el Corredor Netzarim, gestionados por la Fundación Humanitaria de Gaza (FGH), custodiados por contratistas privados de seguridad estadounidenses y soldados israelíes. El 10 de junio, también comenzaron a llegar pequeños cargamentos a través de camiones de ayuda humanitaria operados por el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Todo esto es ridículamente insuficiente, y el objetivo es claramente otro.

Burlando toda legalidad, Israel y EEUU distribuyen “ayuda” a través de esta agencia “humanitaria” manejada por servicios de inteligencia y por mercenarios. Los propios gazatíes han denominado a estos mecanismos de distribución “los juegos del hambre”.

Desde el 27 de mayo, más de 400 palestinos han muerto y más de 3.000 han resultado heridos mientras esperaban ayuda, según Mahmoud Basel, portavoz de la Defensa Civil de Gaza. El ataque más mortífero ocurrió el 17 de junio, cuando los israelíes dispararon proyectiles de tanques, ametralladoras y drones contra una multitud de palestinos en Khan Younis, matando a 70 personas e hiriendo a cientos.

Para comprender el genocidio actual que Israel lleva adelante desde el 8 de octubre de 2023, es necesario trazar una genealogía del sionismo y su vínculo con los palestinos.

Israel. Una genealogía europea

El anhelo del retorno a Sión por parte de los judíos diseminados por todo el mundo tuvo durante siglos un carácter espiritual que se trastocó frente a la aparición de los nuevos estados nacionales europeos. Las formas políticas no universalistas del antiguo régimen, tan desdeñadas por la Ilustración, contemplaban la autonomía relativa de las comunidades que albergaban diferentes categorías de ciudadanía. Esta concepción fue barrida por un universalismo binario que, según la fórmula de Giorgio Agamben, puede describirse como una máquina antropológica que produce simultáneamente al ciudadano y al apátrida, actualizando la figura arcaica del homo sacer.

Hannah Arendt llamó la atención sobre este fenómeno que se volvió evidente durante el período de entreguerras: aquellos que quedaban fuera de las nuevas comunidades nacionales emergentes que estaban delineando sus fronteras, esto es, las minorías nacionales y los apátridas, carecían de un gobierno al que recurrir o de una autoridad que les garantizara protección. Los gobiernos se rehusaban a ver comprometida su soberanía, y no había nación que reconociera la garantía no-nacional de la Sociedad de Naciones. 

El supuesto de que todo hombre pertenece a una comunidad política se resquebrajó cuando afloró el problema de las minorías nacionales en los países europeos. Para intentar solucionar esto, surgieron varios tratados. Las principales potencias europeas – para las cuales no regían los tratados sobre minorías – sabían que tarde o temprano esas minorías iban a ser o bien asimiladas o bien liquidadas por los estados-nación que las albergaban. Paradójicamente, estos tratados se inspiraban en los Derechos del Hombre, develando así un problema hasta entonces permanecía oculto. En palabras de Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, se señala “que sólo los nacionales podían ser ciudadanos, que sólo las personas del mismo origen nacional podían disfrutar de la completa protección de las instituciones legales, que las personas de nacionalidad diferente necesitaban de una ley de excepción hasta, o a menos que, fueran completamente asimiladas y divorciadas de su origen”.

El nazismo fue plenamente conciente de esto: el exterminio de los judíos europeos comenzó con un proceso de desnacionalización y culminó en la producción de sujetos jurídicamente innominables recluidos en los Lagers. Este paso previo es decisivo para poner en perspectiva a la solución final, que borró en poco tiempo cientos de comunidades judías, varias de ellas con un arraigo milenario en Europa. 

Los sobrevivientes de la destrucción de esas comunidades judías europeas migraron hacia otras latitudes. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la mayoría de la población judía se concentró en los Estados Unidos y en Israel. Aquellos parias europeos fueron incorporados a la nueva imagen que Occidente trazaba de su propio rostro: la democracia liberal no sólo los normalizaba, sino que los integraba a sus élites. El final de la modernidad judía de la Europa Central de habla alemana coincidió con el comienzo de su giro conservador: en la política, figuras como las de Henry Kissinger desplazaron a la de Rosa Luxemburgo. En el plano de las ideas, muchos de los intelectuales judíos europeos de izquierda emigrados y otrora perseguidos terminaron diseñando los grandes lineamientos de la política exterior estadounidense en los think tanks republicanos. En lugar del socialismo revolucionario, los intelectuales judíos aparecen ahora como figuras ligadas al neoconservadurismo. Del mesianismo revolucionario de Walter Benjamin, que promovía el verdadero estado de excepción y que denunciaba que el progreso era en realidad un cúmulo de ruinas, se pasó a una fascinación candorosa por la técnica encarnada en el complejo militar-industrial israelí, auténtico Golem de nuestros tiempos.

El movimiento sionista para la colonización de Palestina era perfectamente conciente del problema de los apátridas y de las minorías nacionales. Pero su solución política para las minorías judías europeas consistía paradójicamente en reproducir ese dispositivo transformando a los palestinos en extranjeros en su propia tierra. Desde esta perspectiva, el año 1948 exhibe la fractura biopolítica constitutiva de las democracias liberales y del modelo del estado-nación. En 1948 no sólo la ONU formula la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino que también se sanciona el crimen de Genocidio como nuevo tipo penal, inspirado en las atrocidades que sufrieron armenios y judíos. No podemos dejar de señalar que esa arquitectura de los DDHH que articula el imaginario político occidental se erige exactamente durante el mismo año en que las organizaciones armadas sionistas llevaron adelante la Nakba, la limpieza étnica de Palestina. 

La impotencia actual de las agencias de Naciones Unidas como la UNRWA y de la propia Corte Internacional Penal frente al genocidio que Israel desató a partir de octubre de 2023 contra los palestinos muestra hasta qué punto la paradoja señalada por Arendt y por Agamben se reactualiza. El estado judío, cuyo nacimiento se basa en un supuesto gesto reparatorio de la ONU contra las víctimas de un genocidio paradigmático, comete ahora un genocidio vaciando de sentido las propias instituciones y los fundamentos filosóficos y jurídico-políticos que avalaron su nacimiento, precisamente porque coinciden con el encubrimiento de la colonización y la limpieza étnica de los palestinos. Este doble encubrimiento resultará clave en la educación sentimental de las comunidades judías de la diáspora.

Diásporas

El historiador israelí Amnon Raz-Krakotzkin afirma que el sionismo es la negación del exilio, un aspecto clave de la dimensión espiritual de la experiencia judía. Esta experiencia del exilio espiritual, reactualizada en la memoria histórica por la expulsión de Al-Andalus en 1492, y luego por los movimientos mesiánicos que irrumpieron junto con la modernidad, se resignifica radicalmente en el siglo XX y se traduce en una teología política colonial que transforma radicalmente el vínculo con la tierra. Este deja de ser meramente espiritual, como lo fue durante siglos, y da a luz a un proyecto de posesión colonial de asentamiento y de reemplazo de la población indígena. El sionismo nace de la doble negación de la condición de extranjería del pueblo judío y de la existencia de los palestinos. 

La década de 1960, signada por el juicio a Eichmann y la victoria israelí de 1967 modificó el mapa cultural de los judíos de la diáspora occidental. A partir de entonces, el  sionismo se presenta como el movimiento nacionalista de un país del cual los judíos no provienen pero al cual sin embargo están destinados irrevocablemente. El ídish, que en nuestro país fue la lengua de una cultura pujante en la que incluso se describió el pogrom de la Semana Trágica durante el primer gobierno radical, fue desplazado por el hebreo, una lengua litúrgica transformada rápidamente en vernácula que, sin embargo, no ha dejado de acarrear consigo las mortales potencias apocalípticas al ámbito estatal. 

Lo propio ocurrió con los migrantes judíos provenientes de Medio Oriente, del Magreb, pero también de Irak, de Irán o Yemen, que fueron abandonando su identidad árabe, su lengua y hasta sus prácticas religiosas. El sionismo transformó la identidad árabe de estos judíos en motivo de vergüenza. En muchos casos, el desarraigo de comunidades como la iraquí fue producto de operaciones de falsa bandera por parte de Israel, que atacó a la comunidad judía para propiciar su migración al estado judío. 

Hacia la década de 1980, casi no existía entidad u organismo judío que no se hallara bajo la órbita de Israel, fundamentalmente a través de la Agencia Judía. Esta se presenta actualmente como el “vínculo principal entre el Estado Judío y las Comunidades Judías en el mundo entero”, y expresa que su misión consiste en actuar: “colectivamente para fortalecer a Israel y al pueblo judío en todo el mundo, promoviendo la Aliá como un valor fundamental, profundizando las conexiones entre nuestra familia judía global, apoyando la resiliencia y la seguridad de las comunidades judías globales y alentando a cada persona judía a comprometerse con Israel”.

Desde pequeños, quienes reciben educación sionista desarrollan un vínculo amoroso con la Tierra de Israel, a la que consideran su verdadera patria, mientras que el país de residencia es visto como una morada provisional, a pesar de que sus ancestros hayan llegado aquí hace cuatro o cinco generaciones. 


Nakba, Apartheid y Genocidio

A fines de la década de 1970, Israel desclasificó sus archivos oficiales, lo que permitió que los investigadores de sus universidades tuvieran acceso a una vasta documentación. Los nuevos sociólogos israelíes de la década de 1980 demostraron entonces que la narrativa oficial israelí en la que ellos mismos creían era una falacia. La versión oficial decía que en 1948 Israel era un pequeño David frente a un conjunto de grandes Goliats: los ejércitos de los países vecinos como Siria, Líbano, Transjordania y Egipto. Estos ejércitos pensaban vencer fácilmente a los sionistas, y los palestinos, habitantes originarios, se retirarían estratégicamente para facilitar una nueva masacre de judíos, tal como había sucedido recientemente en Europa. Al encontrarse 30 años después con la documentación oficial (archivos, correspondencias, telegramas, etc.), los investigadores israelíes, formados en universidad israelíes que estudiaban documentación israelí quedaron perplejos con su hallazgo: en realidad, durante la guerra de la independencia de 1948 (como la llaman los israelíes) o la Nakba (la catástrofe, para los palestinos), las fuerzas militares sionistas llevaron adelante una limpieza étnica expulsando a más de la mitad de la población palestina nativa (unas 800 mil personas) sembrando el terror a través de masacres de civiles desarmados y de dinamitar aldeas. Deir Yassin, Tantura, son algunos de los nombres que resuenan en la memoria palestina.

La limpieza étnica de Palestina del historiador israelí Ilan Pappe, se ha convertido en un texto clásico insoslayable. Pappe demuestra que los sionistas habían sido entrenados y armados por la ocupación británica, y que los ejércitos de Siria, Líbano y Egipto estaban mal equipados y peor entrenados, mientras que el ejército transjordano, el único con chances de derrotar a las fuerzas paramilitares sionistas, firmó rápidamente el armisticio con los sionistas, que estaban al tanto de su poderío. 

En realidad, los nuevos historiadores y sociólogos israelíes no hacen más que confirmar los innumerables testimonios de los palestinos expulsados. De hecho, el historiador palestino Walid Khalidi publicó en 1961 una documentada denuncia sobre el Plan de expulsión de los palestinos conocido como Plan Dalet en el Journal of Palestine Studies. El trabajo se titula Plan Dalet: Master Plan of the Conquest of Palestine (Plan Dalet. El plan maestro para la conquista de Palestina). Sin embargo, a pesar de la contundente documentación y a pesar incluso de que los historiadores sionistas más nacionalistas como Benny Morris aceptan que la campaña de 1948 fue una limpieza étnica, los judíos sionistas siguen percibiéndose como víctimas de un enemigo que los quiere exterminar y no perciben su rol de colonizadores europeos que despojan a una población indígena de su tierra. De hecho, uno de los lemas del sionismo es “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Aquí en Argentina sabemos muy bien que la metáfora del desierto es una estrategia de invisibilización de las comunidades indígenas cuyas tierras eran deseadas por el estado naciente, que finalmente los exterminó. 

Precisamente, quien vio este vínculo con claridad fue Rodolfo Walsh.

La revolución palestina según Walsh

En 1974 Walsh viajó a Asia Occidental como enviado especial del periódico Noticias, que sería clausurado poco tiempo después. El viaje no era sólo periodístico, sino que buscaba reforzar los lazos políticos y estratégicos de Montoneros con los movimientos de liberación nacional de las excolonias, que se venían tejiendo en los últimos años, sobre todo con el gobierno argelino y con la Organización para la Liberación de Palestina. 

El itinerario del periodista y alto mando de inteligencia de Montoneros incluyó El Cairo, Argel, Damasco y Beirut. Allí conoció de primera mano los campos de refugiados de la diáspora palestina de los expulsados de la Nakba de 1948, que anhelaban el retorno (al Awda) a la tierra robada y ocupada, pero que sin embargo llevaban en su corazón al Blad, esa patria espiritual sin límites. 

Poco se sabe de ese viaje de Walsh, excepto por La revolución palestina, un artículo en siete entregas cuya filosa precisión e increíble vigencia presenta a los lectores latinoamericanos la génesis y la estructura de la organización política, social y militar de la resistencia palestina contada por sus propios protagonistas. 

Los campos de refugiados como las villas miserias argentinas

El artículo contiene una entrevista a Abu Hatem, miembro del Comité Central de la OLP en su despacho en un edificio de Beirut Oeste, en el que pocos años después se encontraría también la sede de la Representación de Montoneros en esa ciudad. Abu Hatem había sido expulsado de Haifa junto a su familia en 1948 y vivía en el barrio beirutí Bourj el Barajneh, un bastión de la resistencia palestina por el que guió a Walsh. 

Walsh no podía evitar comparar los campos de refugiados palestinos con las villas miserias de las grandes ciudades argentinas. El cuadro de pobreza y solidaridad popular se repite, con la diferencia de los guardias palestinos armados que custodian el terreno desde puestos clave y sus niños que, al ser entrevistados por el argentino en una escuela de huérfanos, expresan el deseo de convertirse en fedayines como sus padres caídos en combate. 

Walsh descreía de la diplomacia de Henry Kissinger para mejorar la situación de los 3 millones de palestinos despojados que anhelaban regresar a su patria. Por eso no buscaba sólo informar, sino también poder ampliar el horizonte político de quienes en breve estarían resistiendo a las dictaduras del Plan Cóndor. De hecho, el Secretario de Estado norteamericano había estado detrás del golpe militar de Chile en 1973 y fue uno de los grandes arquitectos del Plan Cóndor que impulsó y articuló las dictaduras del Cono Sur de la segunda mitad de la década de 1970. 

Operación Masacre palestina

Esta Operación Masacre palestina fue la carta de presentación de la OLP para los lectores argentinos por la precisión con la que desarticula los mitos sionistas que enmascaran el despojo de los palestinos y la colonización de su tierra como una guerra de independencia. 

El trabajo de Walsh se anticipa en casi una década a los llamados nuevos historiadores y nuevos sociólogos israelíes. 

La guerra de independencia israelí fue en realidad una limpieza étnica cuidadosamente planificada y no un movimiento de liberación nacional favorecido por la hipotética ingenuidad y malicia de los palestinos que se habrían retirado voluntaria y estratégicamente para facilitar la invasión de supuestos ejércitos poderosos de los países árabes vecinos. 

En un gesto que hoy llamaríamos descolonial, Walsh se nutre de las voces de los propios palestinos, de sus documentos, de sus tradiciones orales que mantienen vivos la memoria y el amor por la tierra a través de las generaciones que están dispuestas a dar la vida por regresar a la calidez del té y a la sombra de los olivos. 

Walsh cita al pensador martiniqués Frantz Fanon, actualmente estudiado en las academias del norte global que, sin embargo, se empeñan en soslayar el papel fundamental que Fanon le atribuía a la lucha armada en el camino de la descolonización de los pueblos. Fanon se había sumado a las filas de la Revolución Argelina y había roto con las políticas de integración martiniquesa a Francia. 

Walsh analiza también las confesiones del terrorista sionista Menajem Beguin, que en 1964 había publicado un libro sobre la historia y los métodos del Irgun, una organización militar nacionalista que sembró el terror durante el Mandato Británico de Palestina. Pocos años más tarde, Beguin sería Primer Ministro y firmaría un Tratado de Paz con el presidente egipcio Anwar El Sadat, impulsado por el inefable Henry Kissinger.

A los testimonios de la resistencia palestina y de los colonizadores sionistas, Walsh suma también las voces de varios pensadores judíos antisionistas que veían al despojo de los palestinos como una injusticia racista y colonial. Expone con precisión el Plan Dalet, cuya existencia recién sería reconocida por la academia israelí más de 10 años después. La implementación de este plan implicó la expulsión de la población palestina indígena y el despojo de la mayor cantidad de tierras posibles. En 1974, el mundo occidental reproducía la versión israelí del éxodo palestino voluntario (en lugar del Plan Dalet) y de una guerra de independencia de un supuesto David contra poderosísimos ejércitos de Goliat, en vez de la Nakba

Al igual que en Operación Masacre, la pluma de Walsh da por tierra con una versión oficial falsa y encubridora. Explica que el método utilizado por los sionistas fue sembrar el terror a través de la divulgación de las diferentes masacres de civiles y la destrucción completa de las aldeas y los poblados palestinos. Algo que poco tiempo después negarían sistemáticamente, sobre todo en el sistema escolar israelí. Walsh resalta la memoria de Deir Yassin, el nombre de la aldea que exclamaban los palestinos al huir, por ejemplo, de ciudades como Haifa, expresando el temor a que se repitieran esos sangrientos sucesos. Es muy probable que Walsh haya estado familiarizado con el texto de Walid Khalidi de 1961.

Terrorismos

Walsh denuncia también la insistencia sionista en negar la identidad y la historia palestina y presentar a los habitantes originarios como “árabes”. Desde 1948, ironiza Walsh, Israel simula que los palestinos son en realidad jordanos, egipcios, sirios o libaneses que enloquecieron y que dicen ser palestinos. 

Para Israel, los palestinos no son más que terroristas árabes. Y sostiene que pese a que todas estas mentiras hayan sido desmanteladas una y otra vez, debemos recordar que Israel es Occidente y en Occidente la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelva militarmente insostenible.  

Walsh vio con sus propios ojos la devastación producida por un bombardeo del suburbio libanés de Nabatieh por parte de la Fuerza Aérea Israelí en represalia a dos operaciones de distintas facciones de la OLP en las ciudades israelíes de Kiriat Shmona y de Ma’alot. 

Hubo una octava entrega de La revolución palestina que por motivos estratégicos no fue publicada en el periódico Noticias pero sí en la revista Asuntos Árabes. Allí Walsh abre un debate que en Occidente parece hoy impensable acerca de la legitimidad de la violencia política de los oprimidos. El bombardeo israelí de campos de refugiados consiste en un crimen de terrorismo de Estado, un término que tendrá una larga y triste historia en Argentina. Israel nace de hecho como producto de organizaciones terroristas. El terrorismo es un método y lo que debe ponderarse son sus fines políticos. Para Walsh, la condena a toda violencia en sí resulta una abstracción cómoda, cómplice del statu quo:

El objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones, queda ese resto de legitimidad.

El terrorismo israelí se propuso dominar a un pueblo, condenarlo a la miseria y al exilio. En la más razonable de sus represalias, aparece ese pecado original.

El apartheid israelí

La ocupación israelí de Palestina despliega un sistema de apartheid que imposibilita la vida de los palestinos, pues les impide ver a sus familiares, atenderse en hospitales, ir a trabajar a sus propios campos. Este apartheid implica detenciones ilegales, torturas, ejecuciones sumarias de líderes políticos y culturales, demolición de viviendas, racismo y la segregación permanentes, que se han vuelto invisibles para los israelíes, que ya no los consideran humanos.

No estamos utilizando los términos genocidio o apartheid a la ligera. El sistema israelí de apartheid fue descrito en un informe en 2022 por el entonces Relator Especial de la ONU para los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados Michael Lynk: “Existe hoy en los Territorios Ocupados Palestinos un sistema legal y político profundamente discriminatorio que privilegia a  los 700 mil colonos judíos israelíes que viven en los más de 300 asentamientos ilegales en Jerusalén Oriental y en Cisjordania”. 

Desde hace décadas, la propia prensa israelí habla de apartheid, del mismo modo que los sociólogos y politólogos israelíes radicados en Israel-Palestina y en el extranjero utilizan esta categoría analítica. En 1987, el académico israelí  Uri Davis publicó Israel: An Apartheid State, y en 2004 escribió otro libro: Apartheid Israel: Possibilities for the Struggle Within. En el 2001 fundó el Movimiento contra el Apartheid Israelí en Palestina (MAIAP).

Todos los genocidios modernos son precedidos por la estigmatización de un grupo, su separación física del grupo social que “merece una vida plena” los deshumaniza aún más. Una vez que el grupo estigmatizado ha sido segregado de la comunidad política, su expulsión o su exterminio se tornan inminentes. 

La segregación normalizada del apartheid de los palestinos se articula con campañas militares que utilizan bombas de fósforo (prohibidas por la Convención de Ginebra) que queman vivas a las personas y que arrasan con barrios enteros. 

A partir de octubre de 2023 todo esto se profundizó, y la retórica de la violencia política del apartheid se transformó en incitación al genocidio. El escritor israelí Alon Mizrahi lo refleja perfectamente al recopilar lo que circula en las redes, los mass media y el discurso de todo el arco político: “matar, destruir, exterminar, reducir a escombros; arrasar. No hay inocentes”. Con excepción de partidos muy minoritarios que sí consideran a los palestinos sus interlocutores, los ministros del gobierno israelí afirman públicamente que los palestinos son animales humanos, y no esconden sus intenciones: “haremos una nueva Nakba”, “los expulsaremos al desierto”, “los hambrearemos”, “los exterminaremos como a Amalek”. 

Genocidio

La campaña de exterminio ya se cobró la vida de más de 55 mil palestinos, de los cuales más de 20 mil son  niños. Estas cifras reflejan las muertes directas por fuego israelí. Sin embargo, esta estimación debería al menos cuadriplicarse según una investigación de la prestigiosa publicación británica The Lancet.

Con respecto al uso del término genocidio, utilizado para describir esta campaña de exterminio,

podemos citar a Raz Segal, un profesor universitario israelí especializado en el estudio de los genocidios modernos, que calificó al ataque de Israel a Gaza como un caso de genocidio de manual. Segal señala que Israel racionaliza la violencia que ejerce a partir de un “uso vergonzoso” de la memoria y de los aprendizajes del Holocausto. 

El profesor Amos Goldberg, investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, es especialista en estudios sobre el Holocausto, y considera que Israel está cometiendo indudablemnte un genocidio.  

Omer Bartov, historiador israelí sobre genocidios, sostiene que a partir del ataque del ejército israelí a Rafah el 6 de mayo de 2024, “ya no es posible negar que Israel está involucrado en crímenes de guerra sistemáticos, crímenes contra la humanidad y acciones genocidas”

El israelí Neve Gordon es profesor de Derechos Humanos en la Universidad Queen Mary de Londres y es vicepresidente de la Sociedad Británica para Estudios sobre Medio Oriente. Gordon escribió junto a Muna Haddad, una abogada palestina que se especializa en Derechos Humanos, una columna historizando la utilización del hambre por parte de Israel como arma de opresión contra la población palestina. La amenaza genocida del General israelí Yoav Gallant de dejar a Gaza sin agua, sin electricidad y sin comida, se inscribe sin dudas en una larga historia de deshumanización de los palestinos, a quienes los ministros israelíes llaman “animales humanos”.

Palestina, otro Vietnam

El eje que sostiene a la resistencia Palestina no permanece de brazos cruzados frente a este genocidio. EEUU acaba de bombardear tres instalaciones nucleares iraníes. Los iraníes se vienen preparando para una larga guerra de desgaste y apenas han mostrado su poder de fuego contra Israel, donde viene utilizando misiles de largo alcance. Pero su arsenal de misiles para mediano y corto alcance es mucho más poderoso. El gobierno iraní tiene en la mira a todas las bases estadounidenses de la región y los aproximadamente 40 mil marines desplegados corren serio peligro. Rusia, China y Pakistán han manifestado su contundente apoyo y esperan. Mientras tanto, nuestros medios siguen reproduciendo la misma retórica triunfalista de EEUU e Israel con consignas como “supremacía aérea” y “destrucción total del arsenal iraní”. También han puesto mucho celo en negar la destrucción de varias bases militares israelíes, la refinería petrolera en Haifa, la planta eléctrica de Hadera, todas las bases de la inteligencia israelí, un edificio donde Microsoft desarrolla programas de IA para elaborar datos de la población palestina para generar blancos, el bloqueo naval de Ansar Alá en el Mar Rojo y las desventuras del sistema de defensa israelí frente las nuevas generaciones de misiles hipersónicos iraníes.

El poderío militar israelí hasta ahora sólo ha sido eficaz para exterminar niños, mujeres y civiles indefensos. En la propia Gaza, a pesar del avance cada vez más espantoso del genocidio y del plan definitivo de limpieza étnica, Hamas sigue asestándole derrotas militares a diario al ejército de ocupación.

El sionismo supone la creencia en la superioridad técnica y civilizatoria de occidente sobre los árabes y musulmanes. En este momento esa ilusión se está desmonorando. Dentro de poco tiempo, veremos cómo quienes callaron durante casi dos años se mostrarán como críticos del gobierno israelí por el genocidio. Pero no nos engañemos. Los genocidios son realizados por personas comunes y corrientes. En marzo de este año, se publicaron una serie de encuestas en las que se consultaba a la población judía israelí sobre el apoyo a la expulsión definitiva de los palestinos de Gaza y sobre su exterminio. Los resultados fueron escalofriantes. El 82 por ciento de los consultados apoyaron la expulsión y casi la mitad los asesinatos masivos.

Unas semanas más tarde, comenzaron a caer los misiles iraníes sobre quienes hasta ese momento se percibían como invulnerables y se burlaban de la suerte de los palestinos.

Israel resultó ser un tigre de papel que tuvo que acudir a EEUU. A su vez, los estadounidenses vienen de fracasar en su intento por contener a Rusia a través de Ucrania. Las líneas rojas están trazadas mientras se cierra el estrecho de Ormuz que impactará duramente en la economía global.

Nada de esto detendrá la inexorable integración de Eurasia. Tampoco el exterminio ni la hambruna han podido quebrar la voluntad de los palestinos de seguir aferrados a su tierra y de gritarle a Occidente su derecho a tener derechos.


[1]     El haber ignorado esta información luego de varios años de su publicación fue un error garrafal del Canciller Timerman

y del Gobierno argentino en 2013 cuando firmó el Memorándum con Irán. El acuerdo de Obama con Irán estaba hecho desde el inicio para romperse unilateralmente y nuestro país no supo leer la situación, a pesar de que Irán no había tenido nada que ver con los atentados terroristas de la década de 1990 en Argentina.