EL ODIO COMO BANDERA

por Esteban Paulón *

Con la llegada al poder del gobierno Libertario hemos observado, de un tiempo a esta parte, cómo se ha deteriorado la calidad del debate público y de qué modo lo que supo ser un debate intenso de ideas se transformó en una ciénaga de insultos, descalificaciones, noticias falsas, odio y violencia amplificada por la explosión del mundo de las redes sociales y los múltiples canales de streaming, y buscando cumplir tres objetivos principales.

El primero dar soporte y escenografía a un modelo económico y social profundamente excluyente que, básicamente, busca “restaurar” ciertos valores tradicionales que evocan un tiempo pasado esplendoroso que nadie recuerda muy bien, ni cuando fue ni por qué se terminó. De lo que sí dicen tener certezas es que los avances en materia de inclusión social, derechos humanos, igualdad de género y conquistas laborales son enemigas de la sociedad soñada.

El segundo objetivo es descalificar a las voces opositoras o que intentan poner límites al modelo de crueldad. No hay ninguna chance de sostener las políticas implementadas si se organiza la resistencia social y política. El principio republicano de alternancia impone un límite temporal a una obra que no puede ni debe ser interrumpida.

El tercero es debilitar la democracia y sus valores, eliminando cualquier tipo de control o intermediación entre el “lider que todo lo sabe y lo puede” y la ciudadanía.

En ese sentido no es casual que los principales objetivos a los que apuntan los discursos de odio sean instituciones o sectores que por lo general receptan las demandas de los desplazados por el modelo.

En el pensamiento libertario aparece la idea de que no vale la pena perder el tiempo en debates estériles o mecanismos burocráticos que lo único que hacen es demorar las necesarias reformas. Cirugía mayor sin anestesia, y ya! Una metodología que ha quedado claramente sintetizada en la ya oxidada “motosierra”.

Pero, cómo se acciona este mecanismo?

Lo primero que hacen los grupos libertarios es identificar el blanco a atacar. A partir de esa identificación se lo sitúa en alguno de los grupos o colectivos “enemigos” (en esta dinámica no hay adversarios políticos ni personas con ideas diferentes sino enemigos a exterminar.

En base a esa clasificación se selecciona un vector o driver sobre el cual se destilarán los ataques de odio.

Si es “zurdo”. “comunista” o “Kuka” el eje será “empobrecedor”. Si es periodista, “ensobrado”. A las y los trabajadores públicos les cabe el mote de “noquis” o “vagos”. Si tenés ideas de izquierda habrás sido tomado por un “parásito mental”. Y si sos gay, sos “pedófilo” y lo que te espera es el “SIDA”.

Imaginen el ataque que puede producir la intersección de dos o más de estas caracterizaciones.

A partir de esa identificación y seleccionado el driver comienzan los ataques, que se inician en las redes pero, si se requiere, rápidamente pueden saltar a los streamings (liderando Carajo del “Gordo Dan”), sitios web (donde destaca La derecha Diario actualmente propiedad del periodista español Javier Negre), eventos públicos (por ejemplo La Derecha Fest recientemente realizado en la ciudad de Córdoba) y, si lo amerita, alguna mención por parte del Presidente Javier Milei en sus propias redes personales.

En algunos casos el operativo se puede extender incluso a la publicación de fake news y fotos o videos creados con inteligencia artificial.

Desatado el ataque queda esperar que ese odio se transforme en miedo, y el miedo en silencio o disciplinamiento. Si ese círculo se cierra, el objetivo habrá sido alcanzado.

El aparato comunicacional y digital de las tropillas libertarias es tal que, muchas veces, los ataques agobian. Y cumplen el cometido.

Muchos sectores de la sociedad prefieren callar, no resistir, ante el miedo al escarnio público que, en tiempos de redes sociales, impacta fuertemente y al final, disciplina.

Pero quienes creemos en los valores de la sociedad democrática, en una sociedad con desarrollo, prosperidad, libertades plenas e igualdad, tenemos que comprometernos a no ser funcionales ni ayudar a que el círculo del odio se cierre.

Es por eso que más allá de la virulencia y el poder que hoy detentan estos sectores, no podemos ni debemos conceder el espacio del debate público a quienes hacen del odio, una bandera.

Porque en ese agite del odio hay un sentido y una acción pedagógica del odio. Pretenden que generaciones enteras se eduquen para odiar, aprendan a odiar. Y la sociedad que pretenden construir desde esos disvalores, es una sociedad que se desgrana, que pierde el sentido de comunidad y que termina consagrando la primacía del mercado y el individualismo.    

Por eso hay que dar el debate. Y nunca renunciar a ello. Hay que romper el círculo. No permitir que se complete con nuestro silencio (muchas veces producto de un instinto de autoprotección o preservación).

Tenemos que reapropiarnos de la palabra libertad. Volver a llenarla de contenido y rescatarla de quienes la utilizan como un fetiche pero administran y gobiernan para restringirla.

Hoy la valentía y la resistencia están en animarse a no normalizar estas conductas. A responderlas. A reivindicar y defender la democracia y las luchas por la ampliación de los derechos humanos y sociales que, sin dudas, han hecho a nuestras sociedades mucho mejores.

Frente a la bandera del odio, hacemos la voz por más democracia.  

* Esteban Paulón es Diputado Nacional por el Partido Socialista y activista por los derechos LGBTIQ+