por Ramón Prades
Un patriotismo humanista, además de nacional, crea la verdadera fuerza invencible de las comunidades justas y solidarias. La educación de las masas en las virtudes es así posible y prepara el alma nacional para su defensa.
Juan Domingo Perón, 1952
El 9 de abril de 1949 el entonces presidente Juan Perón clausuraba el primer congreso de filosofía con un texto que pasaría a la posteridad: “La comunidad organizada”. Allí analizó la natural tensión que existe entre la libertad individual y su realización en un conjunto social. Demasiado actual para los tiempos que corren, Perón lo resumía de esta forma: “Lo que nuestra filosofía intenta reestablecer al emplear el termino armonía es, cabalmente, el sentido de plenitud de la existencia. Al principio hegeliano de realización del ‘yo’ en el ‘nosotros’, apuntamos la necesidad de que ese ‘nosotros’ se realice y perfeccione por el “yo’”.Ese equilibrio permanente buscado en la armonía será una característica conocida en los escritos y obras del justicialismo y su creador.
Lo que quizá no sea tan conocido es que veinte días más tarde de aquella visita a Mendoza, Perón pronuncia en el Teatro Colón la conferencia inaugural del Curso de Política Alimentaria Argentina, organizado por el Ministerio de Salud. En esta ocasión, el énfasis estará puesto en la reconstrucción fisiológica del individuo como condición indispensable para una mejor sociedad. Para encontrar el equilibrio social propuesto en Mendoza, Perón, en el Colón, parece plantear como requisito inevitable la armonía de la nutrición individual. La comida como primer escalón de la defensa:
Para la ciencia de la nutrición, no basta que la gente satisfaga su apetito con cualquier cosa; no basta “comer”; hay que “alimentarse”, que son dos cosas completamente distintas. Lo primero, comer, se cumple por la ingestión, aunque sea indiscriminada de alimentos, que satisface el apetito, pero no la necesidad de nutrirse, y lo segundo, alimentarse, es el acto racional fundado en normas de salud y satisface ambas cosas, pues sabemos que no se trata solo de cantidad de comida, sino también de la naturaleza de los alimentos.
La profunda conexión entre nutrición y defensa nacional es una idea estratégica que resuena con fuerza en las reflexiones de Juan Domingo Perón entre las décadas de 1940 y 1950 y que recorre los desafíos actuales del siglo XXI. Para Perón, la defensa de una nación va mucho más allá de las capacidades militares: es un concepto integral, que abarca cada aspecto de la vida social y productiva. Por lo tanto, la alimentación adecuada de la población constituye un pilar insustituible. Una población bien nutrida no sólo es más sana, sino también más productiva y, por ende, más resiliente ante cualquier amenaza. De esta manera, se constituye un componente esencial de la seguridad y de la soberanía de la Nación. Esta diferenciación es crucial: comer puede ser indiscriminado, pero alimentarse implica un acto racional, guiado por principios de salud y ciencia, que garantiza la nutrición plena. Se trata de una perspectiva que subraya la importancia de una política alimentaria planificada, donde el Estado asume un rol activo asegurando la calidad de vida de sus ciudadanos.
Incluso, la relación entre nutrición, justicia social y defensa nacional se ilustra en las palabras de Perón sobre el derecho inalienable de cada niño a su ración de alimento, independientemente de su condición social: “el ideal sería, por ejemplo, que hasta el niño más pobre, en el último rincón del país, recibiera su ración de naranjas y que ni el hombre más rico del país, con todo su oro, pudiera arrebatarle a ese niño su ración de citrus […] porque en ellos, en los niños y en las madres fecundas, está el futuro biológico de la Nación”.Este principio va más allá de la mera equidad: es una necesidad estratégica. Un pueblo desnutrido es, en esencia, un pueblo debilitado en su “capacidad de crear, en aquello que lo define más íntegramente, en su libertad, en su virtud, en su organismo físico y su entidad espiritual”. Negar la nutrición adecuada es, para Perón, “renunciar a realizarse en una comunidad organizada racionalmente y, finalmente, significa su destrucción”. La justicia social en la alimentación es, entonces, una condición indispensable para la propia existencia.
Los desafíos del siglo XXI: ¿pobreza biológica heredable?
Las reflexiones contemporáneas de pensadores como Yuval Noah Harari nos invitan a proyectar la “pobreza fisiológica” que denunciaba Ramón Carrillo hacia un futuro inquietante. Carrillo se refería a las carencias nutricionales que mermaban el desarrollo de la población, y que el justicialismo combatió a través de la medicina social. En la actualidad, Harari plantea la posibilidad de una “pobreza fisiológica” de naturaleza heredable, surgida de los avances en la ingeniería genética. A partir de esa premisa, se pregunta si, en caso de que las élites pudieran invertir en “mejoras” genéticas para sí mismas, se crearía una acumulación de “buenos genes” en los estratos altos, exacerbando las desigualdades a un nivel biológico, que además serían transmitibles de generación en generación.
Esta distopía, donde la fuerza bruta pierde relevancia en una nueva economía productiva, y en la que la masa poblacional es vista como un “lastre inútil”, nos confronta con la posibilidad de una bifurcación en “castas biológicas”. Ya no se trata sólo de diferencias de clase o acceso, sino de una eventual segmentación de la especie. Se abren así interrogantes fundamentales: ¿la genética nos hace ricos o la riqueza nos da una mejor genética?, y, en ese sentido, ¿puede seguir hablándose de democracia en una sociedad donde la biología haya desplazado para siempre a la igualdad de oportunidades? Cualquiera sea la respuesta, las implicancias en términos de desigualdad serían inmensas, retroalimentando la distribución futura del ingreso y la riqueza, y desmantelando de raíz la idea de movilidad social ascendente. El esfuerzo, el mérito o la voluntad quedarían en ridículo frente a esta nueva e insalvable brecha genética.
El Humanismo Peronista: un faro frente a la deshumanización
Ante la perspectiva de esta posible deshumanización, la filosofía peronista ofrece un contrapunto. Perón defendía la visión del “hombre auténtico y total, materia y espíritu, inteligencia y corazón, individual pero social, material pero trascendente, limitado pero infinito”. Una concepción humanista que se opone a un mundo que se “derrumba” al “destruir al hombre”. Sin embargo, cuando Perón se refiere a la reconstrucción de la Nación, dice que no será posible si no se reconstruye previamente al hombre argentino. Es lo que denomina patriotismo humanista,basado en la virtud y la solidaridad, pero también en la fe de un destino compartido.
Esa creencia, naturalmente, es contraria a la sensación de ingobernabilidad permanente y de autosuficiencia individual que hoy reina. Idea que el filósofo francés Éric Sadin condensa en su concepto de “totalitarismo de la multitud”, cuando explica que es imposible construir un programa que haga justicia a todos los motivos de rencor que sienten millones de individuos. No ser gobernados por nadie, en una “constelación de seres” más que en una sociedad; el reino de los antis.
En un contexto donde las desigualdades amenazan con enraizarse incluso a nivel biológico, la cohesión social deja de ser un valor idealista para convertirse en una necesidad estratégica. Si el futuro puede dividirnos no sólo en clases sociales, sino en códigos genéticos, entonces reconstruir los lazos de comunidad y pertenencia es una forma concreta de defensa. La mesa de los argentinos -como símbolo de encuentro, de igualdad en el acceso y de destino compartido- reaparece tanto como un anhelo cultural y, en especial, como un verdadero escudo frente a la disgregación que propone tanto el elitismo tecnocientífico del que habla Harari, como la multitud atomizada que refiere Sadin. En otras palabras, reconstruir la mesa de los argentinos para evitar la fragmentación social se convierte en una estrategia de defensa nacional.
Defensa total y reconstrucción nacional: cuerpo, alma y soberanía
La visión de Perón sobre la defensa nacional se resume en el concepto de “guerra total y, en consecuencia, de defensa total”. En su mensaje ante la Asamblea Legislativa de 1974, remarcaba que “la verdadera tarea nacional es la de liberación, y nuestras Fuerzas Armadas la han asumido en plenitud. La defensa se hace así contra el neocolonialismo, y el compromiso de las Fuerzas es con el desarrollo social integrado del país en su conjunto, realizado con sentido nacional, social y cristiano”. Esto significa que la defensa no es sólo repeler una agresión externa en el campo de batalla, sino combatir todas las formas de sujeción que impiden el pleno desarrollo de la nación: la dependencia económica, la desigualdad estructural, la fragmentación social, y, hoy también, las amenazas que surgen de la biotecnología y el abandono espiritual.
Las Fuerzas Armadas, en este marco, son concebidas como garantes de la liberación nacional y motores del desarrollo social integrado, con un profundo sentido de patria, justicia y humanismo. Su compromiso con el desarrollo social las convierte en actores clave en la reconstrucción de la Nación, no solo en términos materiales, sino también en su dimensión biológica y espiritual. Enfrentar la desnutrición, revertir la marginación genética futura, y restaurar un horizonte de sentido colectivo son tareas fundamentales para asegurar la soberanía integral.
Por eso, reconstruir la mesa de los argentinos para evitar la fragmentación no es sólo una imagen evocadora, sino un principio político desde donde retornar al justicialismo. Peor que ser una Nación inconclusa, es ser una disuelta. La “reconstrucción biológica” no se agota en garantizar una nutrición adecuada que repare las carencias del presente, sino que además exige actuar para impedir la emergencia de una humanidad biológicamente dividida, donde el futuro de las personas estaría definido incluso antes de nacer.
De este modo, la defensa nacional no puede escindirse de la defensa del alma popular. La Nación se sostiene sobre sus fuerzas espirituales: las causas justas, el patriotismo arraigado y la educación de su pueblo. Estos factores morales, tan decisivos como las armas y los materiales, son los que definen su capacidad de perdurar. Al aceleracionismo individual que desintegra, puede oponérsele otra forma de transcurrir: un proyecto compartido, una esperanza común. En un futuro donde es probable que la tecnología redefina la esencia humana, la visión peronista invita a asegurar que la energía vital y los avances científicos se inviertan en la plenitud y realización de toda la sociedad, y no en la profundización de sus desigualdades.
Decía Perón: “Toda la actividad humana es la resultante de un proceso de transformación de energía; energía que el hombre toma del medio natural y la convierte con su ingenio, en comida y artículos de protección, vivienda, ropa, armas, máquinas, instalaciones, etc. Así el hombre vive y sobrevive”. Este proceso productivo esencial, interferido, desvirtuado, exacerbado por una velocidad inagotable, desacoplado de la escala humana, o simplemente mal aprovechado, termina por limitar y, aún más, por neutralizar al hombre en aquello que lo define más íntegramente: su capacidad de crear, su libertad, su virtud, su organismo físico y su entidad espiritual.
Frente a esta amenaza, el peronismo no propone una nostalgia del pasado, sino una tarea para los hombres del futuro. “Difícil y sutil tarea es esta”, decía Perón, y agregaba:“Significa lograr una nueva forma de organización social y una nueva escala de valores, donde la justicia social sea la base de una paz duradera y una libertad verdadera, y donde el hombre, en su plenitud, se realice en la comunidad organizada”. Allí reside, también, la defensa más profunda de la Nación.