PROSCRIPCIÓN Y DESPUÉS

Por María Pia López

Escribo con la huella en el cuerpo de una movilización extraordinaria. Entusiasta, combativa, con la felicidad de esos reencuentros largamente esperados. El 18 de junio, como en otros lugares del país, en la Ciudad de Buenos Aires se marchó contra la proscripción de Cristina Fernández de Kirchner. Se trataba de una multitud heteróclita y variopinta. Había sindicatos, partidos, distintos pliegues del peronismo, militancias de izquierdas, feminismos, activismos mostris, queer y disidentes, centros de estudiantes, trabajadoras sexuales, hacedores culturales. Pero también hubo un audio, una voz que llegó desde otra locación, con su mensaje.

Las plazas, los balcones y las voces grabadas a distancia configuran hilos de la tradición peronista. Porque el peronismo nació con una movilización hacia la Plaza de Mayo, un 17 de octubre; sus dilemas fueron tensados entre lo que se decía en el balcón y lo que se escuchaba abajo, y sus confabulaciones tuvieron cartas en tinta limón y casetes con la voz del general exiliado. El diálogo entre Eva y la multitud fue uno de sus momentos prodigiosos: ella, ante centenares de miles, renunciando a ser candidata a vicepresidenta. Hace unos años, a Cristina la denostaban por la grabación de una conversación telefónica con otro militante: “soy yo, Cristina, pelotudo”, se la escuchaba decir. El otro día dijo “soy Cristina” y la plaza tembló de emoción.

La calle del 18 se pareció a la del 10 de diciembre de 2015. Como en aquella, hubo abrazos llorosos, angustia compartida, alegría de saberse entre compañeres. También, como en aquella, el audio con el que se transmitía lo que ella decía era muy malo, y se armaban corrillos alrededor de los teléfonos que tenían señal. Una red es un conjunto de hilos que rodean agujeros y esa calle vista desde arriba, en ese momento, podía parecer una red de trama cerrada.

Nunca una movilización tiene un único sentido. Pero me interesa leer uno de ellos: mostró un indicio de la reversión de la apatía. Si durante el primer año y medio del gobierno de la ultraderecha muchas personas permanecieron atónitas, el peronismo no acompañó parte de las luchas callejeras en nombre de la legalidad y la apuesta legislativa, y el repertorio de acciones de protesta que conocemos no parecía tener efecto; todo eso se dio en el marco de una despolitización creciente, de la cual el ausentismo electoral es un síntoma contundente. Para el gobierno esa apatía es negocio, porque su legitimidad no surge de la fuerza de la democracia sino de su debilitamiento, de la posibilidad de aplanarla a un conjunto de tramas legales que den seguridad jurídica al capital y organice la represión sin mayores consecuencias. La deserción electoral, cuando es síntoma de esa lejanía ofuscada o decepcionada con la vida política, es un problema para quienes apostamos a la democracia como coexistencia tensa y conflictiva, pero también feliz, entre posiciones heterogéneas, sensibilidades diversas, intereses distintos.

Mientras todo parecía ir en el sentido de un creciente desapego, Cristina fue proscripta. Juzgada en varias instancias, por un poder judicial en el que muy pocos creen. Ni siquiera, de acuerdo a algunos sondeos de opinión pública, los que creen que es corrupta creen en el Poder que la juzga. Demasiados partidos de fútbol, asados y paseos por el lago, para aparentar independencia. La proscribieron mientras esperaban que baje el riesgo país por ese acto. Que suban las acciones, se dispare el Merval y la Argentina pueda ser endeudada a paso más rápida, mientras se expropia a quienes trabajan.

La ultraderecha se sintió lo suficientemente fuerte para proscribirla, en un terreno global que se reconfigura alrededor de una guerra fuera y dentro de cada territorio. También porque hubo, por aquí, derrotas previas: la prisión de Milagro Sala -que aún continúa- y la tibia reacción al atentado contra la propia Cristina. El movimiento popular en un caso se dejó arrastrar por antiguas diferencias y por la altisonancia de la idea de corrupción a la zona de una respuesta escasa y negligente; en el otro, disfrazó su impotencia en una marcha que tuvo más de feria doliente que de movilización política. Hace nueve años, por lo menos, tendríamos que cultivar la templanza de la defensa y la lucidez de las alianzas para sostenerla y no ha sucedido. Más bien ocurrió lo contrario: se multiplicaron las pequeñas diferencias, se bifurcaron las líneas, las disidencias se comprendieron como traiciones.

Cristina es condenada por los hechos de sus gobiernos, por la osadía de sus palabras, por el modo en que el kirchnerismo interpretó la conflictividad social, por el vínculo con las políticas de memoria, verdad y justicia. También por la fuerza que en otros momentos sí demostramos y cultivamos: por la rebelión feminista, por la modificación de costumbres, sensibilidades y prácticas que esa rebelión disparó, y que hoy está acechada por la restauración misógina.

La moneda está en el aire, pero ese aire es el de las múltiples y dispersas militancias, el de las dispares responsabilidades, el de las aspiraciones a conducir o a organizar. Es el aire de las voluntades, de las ganas y de los límites. Si lo que ocurrió con la movilización del 18 de junio y con las voces que se fueron sucediendo en los días del balcón en el barrio de Constitución, no quedan como hechos aislados, estaremos ante una nueva ocasión para que la política vuelva a conmover y entusiasmar, a mostrar su necesidad, a proponer un cobijo para los intentos transformadores. No será sencillo: habrá que auscultar, insistir, errar, inventar, multiplicar las paciencias y también las hospitalidades, suspender las chicanas en redes y perseverar en las conversaciones en cada ámbito, pensar los problemas antes que ponerlos bajo la alfombra. No será sencillo pero no hay nada más prometedor que una nueva oportunidad de componer la lucha contra el neo fascismo, la proposición de un programa realista -capaz de interpelar no en nombre de lo bien hecho en el pasado sino de la satisfacción de las necesidades del presente, incluso de aquellas que no habían sido consideradas en el momento anterior- y su desborde utópico, la imaginación de una vida posible y deseable, la que va más allá, necesariamente, de la idea de un capitalismo serio y con Estado.