VIEJAS «NUEVAS DERECHAS» Y DERECHAS EXTREMAS CONTEMPORÁNEAS

APUNTES PARA UNA GENEALOGÍA

Por Beatriz Dávilo

Explorar la genealogía de las actuales derechas requiere trazar una  línea de tiempo que arranca en la década 1960, cuando en el mundo nor-atlántico se producen varios intentos de renovación de las bases doctrinales y las estrategias políticas de las derechas de entonces. Hasta fines del siglo XX, esos intentos se formularon como respuestas a un contendiente que era la izquierda cultural anclada en los dispositivos institucionales del Estado de Bienestar, y no siempre se identificaron a sí mismos como ‘de derecha’. Uno de los rasgos más novedosos de las derechas extremas de hoy es que se reivindican como tales y muestran abiertamente su carácter de ´máquina de guerra’ del capitalismo, como diría Maurizio Lazzarato (2020): asumen la tarea de eliminar todos los obstáculos que se oponen a la lógica del capitalismo financiero en tanto orden económico y régimen de vida, sin dudar en mostrar las armas más virulentas –el odio, la crueldad, la represión- que están dispuesta a usar –y vaya si las usan- en sus prácticas políticas.

¿Qué es lo nuevo y qué es lo sedimentado en la historia de estas derechas? ¿Cuáles son los contextos, globales y locales, que impulsan –y han impulsado- las renovaciones? ¿Qué repertorios teóricos las nutren, y a partir de qué estrategias de apropiación? Para iluminar estos interrogantes, es necesario volver la mirada a los años ’60, cuando comienza a delinearse un recorrido que, aunque por momentos de manera  vacilante, llega hasta la actualidad.

La derecha que no osa decir su nombre

El escenario de los años ’60  y los ’70 es fundamental para entender la renovación de las derechas: las revoluciones cubana, china y anticoloniales, la oleada de movimientos políticos radicales de izquierda que cuestionan el capitalismo, la emergencia de nuevos actores sociales que ejercen presión sobre el sistema, y la dinámica del período caracterizado como “los gloriosos treinta” en alusión a la expansión capitalista impulsada por el régimen de acumulación welfarista de posguerra, son elementos clave en la revisión tanto de las perspectivas teóricas como de las agendas políticas que aquellas emprenden.

¿Qué tienen en común los exponentes del giro conservador-republicano norteamericano o los renovados nacionalismos alemanes de los años ’60, el colectivo intelectual francés Groupement de Recherche et Études pour la Civilization Européenne (GRECE, Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea)  creado en 1968, y el Frente de la Juventud surgido en 1977 en el seno del Movimiento Social Italiano (MSI) –el primer partido neofascista con representación parlamentaria, fundado en 1946- en una Italia convulsionada por la multiplicación de grupos de derecha y de izquierda que optan por la violencia armada como instrumento político?

En todos los casos el programa de renovación comparte algunos puntos: el foco se pone en la ‘metapolítica’, concepto que alude a un conglomerado de ideas y valores que operan como la matriz de una cultura política –y que define, por lo tanto, al espacio cultural como el territorio fundamental de la lucha-; el principio de homogeneidad étnica como base de la armonía social; una agenda de ‘nacionalismo revolucionario’, que impulsa lo que considera el potencial transformador de la matriz simbólica de lo nacional por oposición a las tendencias universalizantes; la  crítica radical al igualitarismo de la tradición juedeo-cristiana, a la que enfrentan apelando a mitos de raíz indoeuropea.

De este más que breve recorrido surgen algunas cuestiones fundamentales. En primer lugar, estas derechas aggiornadas actúan con un telón de fondo que es el de la expansión de los movimientos de izquierda y los logros del Estado de Bienestar. En este sentido, como dice Stéphane François (2009), la izquierda es el enemigo pero también el modelo de las derechas de entonces, que consideran que los éxitos de su rival fueron madurando en el ámbito de las prácticas culturales.

Tal vez por esto, esos primeros grupos que ensayan la renovación no se nombran como ‘derechas’: los franceses en principio hablan de Nueva Cultura, los italianos toman distancia del MSI y se presentan como portadores de una transformación metapolítica, y los alemanes se apropian del término ‘revolución’-usualmente asociado a la izquierda- para definir el cambio en el que están embarcados. En tanto buscan meter una cuña en el imaginario social para minar los valores que consideran dominantes, no parece políticamente efectivo asumir una etiqueta que pueda provocar rechazo. De hecho, en todos los casos se despliega una estrategia discursiva de eufemización, que elude las conceptualizaciones ligadas a la agenda clásica de las derechas previas –la noción de etno-diferencialismo propuesta por los intelectuales del GRECE, por ejemplo, reemplaza las anteriores reivindicaciones racistas.

El otro componente de esa estrategia discursiva es lo que podríamos caracterizar, tomando prestada una idea de Bárbara Wyrik, como usurpación: se toman los conceptos acuñados por el adversario para resignificarlos y transformarlos. La apelación de los alemanes a la revolución, la provocadora autodenominación del grupo ligado a la derecha italiana más radical Ordine Nuovo –como el periódico fundado por Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti, entre otros, en 1919-, y la aceptación de la etiqueta ‘nueva derecha’ por parte de los franceses, ya en la década de 1980 –etiqueta que surge en 1979 , cuando sus adversarios políticos remarcan las vinculaciones de los intelectuales del GRECE con el gobierno de Valéry Giscard D’Estaing-, son una muestra de cómo se da la disputa por la nominación: no se trata de nombrar de otro modo, sino de valerse de los mismos significantes para cuestionar el significado y el campo semántico asociado, vaciándolos de los contenidos inherentes a la tradición a la que se enfrentan.

Tras la crisis del modelo welfarista en los años ’70, las últimas décadas del siglo XX fueron testigo de las tensiones surgidas de la instrumentación de políticas económicas neoliberales, por un lado, y del giro de muchos partidos socialdemócratas o laboristas hacia lo que, bajo la fórmula de la ‘tercera vía’, significó ajustes y reformas en el Estado de Bienestar, por el otro. En este contexto, muchos referentes de esa camada renovadora de la derecha se ven compelidos a redefinir el perfil de sus propuestas, y surge entonces un argumento que funcionó con bastante eficacia mediática hasta fines de la primera década del siglo XXI: el de la esterilidad de la oposición derecha/izquierda. Ejemplo claro de esto es el texto escrito por los franceses Alain de Benoîst y Charles Champetier, “Manifiesto: la nueva derecha del año 2000”, que destaca la “acelerada obsolescencia de todas las viejas fronteras y divisiones que habían venido caracterizando a la modernidad, empezando por la tradicional díada derecha/izquierda”.

En este sentido, el primer gobierno de Emmanuel Macron, en Francia, y la experiencia de Cambiemos en Argentina (2015-2019) podrían encuadrarse en esta modulación de la política de derecha a la Benoîst: eluden las definiciones tajantes y se muestran amplios en sus convocatorias a la participación. Pero tras la crisis de 2008, comienza a tomar consistencia un programa de derecha extrema, con un discurso agresivo que no reniega de su identidad y, en muchos casos, desafía los consensos básicos de la democracia. ¿Qué es lo que produjo este giro, y sobre qué se sostiene?

Orgullosamente de derecha

Antes que nada hay que destacar la profunda heterogeneidad de perspectivas que habitan los espacios políticos caracterizados actualmente como “nuevas derechas”: ecologismo, negacionismo del cambio climático, globalización, antiglobalización, anti-intelectualismo, elitismo, todas estas posturas –entre tantas otras- encuentran alguna versión de las nuevas derechas que las aloje. Entre la desregulación absoluta que propone el programa de Javier Milei en Argentina y la crítica al ultraliberalismo como ideología de la clase dominante que plantea Marine Le Pen (Dupin, 2022) parece haber un abismo.

Igualmente heterogénea es la biblioteca de los proyectos de derecha contemporáneos: autores libertarios, paleolibertarios, conservadores, neoconservadores, paleoconservadores, neorreaccionarios, alimentan esas propuestas, si bien solo tienen en común la defensa acérrima de la propiedad privada y el reclamo contra el carácter confiscatorio de las políticas fiscales, así como también la desconfianza en el Estado como mecanismo de regulación de la convivencia social. Esto no significa necesariamente la demolición de las instituciones estatales sino la redefinición de sus posibilidades de intervención, aunque amparándose siempre en sus capacidades represivas cuando está amenazada la propiedad privada.

Si hay algo que replican esta nuevas derechas de las estrategias de su predecesora es la priorización de la batalla cultural, aunque los medios ya no son exclusivamente la prensa audiovisual o escrita, sino las redes. Y también el rol que juegan las usinas de pensamiento, ahora abocadas a la articulación de un orden comunicacional dominante a escala global, que estructura la producción y circulación de sentidos. Pero claramente no hay eufemismos a la hora de las definiciones políticas: son, orgullosamente, de derecha.

Obviamente, cabe una primera –y obvia- distinción entre agrupaciones de derecha extrema que están en el gobierno, y las que son oposición. En este sentido, podría suponerse que Marine Le Pen se permite rescatar el rol de la izquierda en las luchas sociales, exponiéndose a la crítica de uno de los iniciadores de la nueva derecha francesa de los años ’60 que la define como la “última marxista de Occidente” (Dupin, 2022), porque no gobierna. Pero son intuiciones que no resisten un ejercicio de contrastación fáctica. Lo que sí tenemos a mano son tres experiencias, Estados Unidos, Brasil y Argentina, en las que la derecha extrema gobernó o gobierna, en base a las cuales podemos indagar qué las hizo posible y qué tienen en común.

¿Cómo definir, entonces, esas experiencias? El primer acercamiento avanza por la vía negativa: no creo que ‘neoliberal’ sea la mejor caracterización, y no porque en los tres casos no se hayan implementado políticas económicas centradas en la valorización financiera. Pero el punto clave de mi argumento es que no es lo mismo un programa económico neoliberal que una estrategia gubernamental neoliberal. Programas económicos neoliberales han habido muchos: solo en Argentina podemos mencionar el de la dictadura cívico-militar, el del menemismo, el del macrismo, y actualmente el de Javier Milei. Pero la racionalidad propia del modo neoliberal de gobernar, esto es, lo que Michel Foucault (2007) caracterizó como gubernamentalidad neoliberal, asentada en dos resortes fundamentales como son la libertad y la competencia, no se ajusta a la práctica gubernamental dominante en la Argentina de Milei, los Estados Unidos de Donald Trump o el Brasil de Jair Bolsonaro, que juega con las más diversas formas de violencia material y simbólica siempre en el límite de la legalidad y la tolerancia. Si bien se habla continuamente de los discursos de odio que sostienen esos experimentos políticos, todavía es necesario explorar en profundidad cómo su maquinaria de gobierno se alimenta de la energía emocional de lxs gobernadxs, en un contexto en el que se erosiona de manera vertiginosa el vínculo entre capitalismo y democracia –algo incluso propiciado por algunos referentes teóricos de las nuevas derechas, como Hans-Hermann Hoppe, Frank Karsten y Karel Beckman.

El deterioro de las condiciones materiales de vida y la impotencia frente a un régimen político que no da respuestas son parte de los límites estructurales del sistema; pero esta situación no es novedosa, sino que repite las tensiones de otros escenarios de crisis. El elemento de ruptura política es el cuestionamiento a la democracia como régimen por su incapacidad de dar respuestas a los problemas cotidianos de ‘la gente’. Y en el fondo esa ruptura expresa el profundo desajuste entre democracia y capitalismo resultante del quiebre que se produce con posterioridad a la crisis de 2008, y que Lazzarato ha problematizado en términos de financiarización de la reproducción social.

Si entendemos la reproducción social en un sentido amplio, es decir, como el mecanismo que articula elementos materiales, simbólicos y emocionales necesarios para que la sociedad se reproduzca a sí misma a lo largo del tiempo, y pensamos en el peso de las tecnologías en red en la configuración subjetiva, se ve con claridad que la financiarización ha forjado una práctica gubernamental cuya racionalidad se despliega en el círculo precariedad-resentimiento-odio. La precariedad no es una falla del sistema, es su modo regular de funcionamiento (Butler, 2006): hay precariedad en las relaciones laborales, en los vínculos afectivos, en esa nueva forma del tiempo que es la inmediatez –estamos a un clic de todo, y a un clic de nada- y que hace de la fugacidad casi una experiencia existencial. Y la precariedad es también condición de reproducción del sistema, que nos necesita precarios para que seamos frágiles, resignados y dóciles.

Las nuevas tecnologías han producido un desacople entre el cuerpo y la vida: nuestro cuerpo instalado frente a una pantalla se escinde de una vida laboral y afectiva que discurre en modo virtual, sobre todo a partir del shock de virtualización (Costa, 2022) que supuso la pandemia y la pospandemia. Se forja así una maquinaria emocional, alimentada por las redes, que borra de la memoria colectiva las luchas por otros mundos posibles y nos presenta a la fase actual del capitalismo como una fatalidad de la que no hay escape, poniendo en circulación formas narrativas estandarizadas –alimentadas con descalificación, amenazas e insultos- que plantean que el problema es la democracia y las instituciones que la sostienen.

Lazzarato propone una explicación de la victoria de Trump, que puede valer también para las de Bolsonaro en 2017 y Milei en 2023: “Ganó porque, apoyándose en la devastación social y psíquica producida por la financiarización y la digitalización, supo expresar y construir políticamente subjetividades neofascistas, racistas y sexistas.” Frente a lo que se ha definido como ‘insatisfacción democrática’ –una idea a la que ha referido repetidamente Cristina Fernández de Kirchner-, el desafío es dejar en claro que el problema no es la democracia, es el capitalismo, o por lo menos este modelo de capitalismo. Pero el problema es, también, que a diferencia de otros escenarios de crisis, se ha debilitado, en una porción muy grande de la sociedad, la potencia de una memoria capaz de reactivar una constelación de luchas que se animaron a pensar un futuro alternativo. El problema es que lo que se recorta como campo de visibilidad del pasado solo nos muestra fracasos. Y el problema es que, hacia el futuro, no tenemos, hasta ahora, un “plan B”…

Bibliografía citada:

Benoîst, Alain de y Champetier, Charles (2000). “Manifiesto: la nueva derecha del año 2000”, disponible en: https://www.studocu.com/ca-es/document/universitat-de-barcelona/teoria-politica-ii/manifiesto-la-nueva-derecha-2000/120580632

Butler, Judith (2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidós.

Costa, Flavia (2022). Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida. Buenos Aires: Taurus.

Dupin, Eric (2022). “La versátil ideología de Marine Le Pen”. En: AA.VV., Neofascismo. ¿Cómo surgió la extrema derecha global (y cuáles pueden ser sus consecuencias)?. Buenos Aires: Capital Intelectual.

Foucault, Michel (2007). Nacimiento de la biopolítica. México: FCE.

François, Stéphane (2009). Les paganismes de la Nouvelle Droite (1980-2004). Tesis doctoral, disponible en : https://tel.archives-ouvertes.fr/tel-00442649

Lazzarato, Maurizio (2020). El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución. Buenos Aires: Eterna Cadencia.