Por Hernan Lascano
Una mañana entre tantas Manuel Adorni se incomodó cuando le preguntaron cuántos perros tiene Javier Milei en Olivos. “No entiendo qué te cambia que sean cuatro, cinco o 43 conejos”, le dijo al periodista. “Hay un nivel de insistencia…Si el presidente dice que hay cinco perros hay cinco perros. Hay cuantos perros al presidente se le ocurra tener”.
Hay en esa rutinaria conferencia de prensa matinal un núcleo duro del ethos libertario. Y es que no importa cuántas variantes puedan desplegarse en el campo de la disputa por el sentido que es en última instancia la política. La realidad es lo que el presidente dice. Todo lo que pueda haber de discordante, aún de complementario, es intolerable. La realidad son cinco perros.
Las batallas por la supremacía en el campo de lo público incluyeron siempre unas tensiones formidables con la prensa. En lo principal porque los medios no tienen una distancia neutral con la política. Mariano Moreno armó La Gazeta de Buenos Ayres sin ninguna pretensión de ser equidistante. La Prensa y La Nación nacieron como órganos partidarios. Clarín fue fundado por el ministro político de un gobierno conservador.
La definición de lo que llamamos agenda, por decirlo, tiene todo de acción política desde los medios. Eso hizo lo que hoy conocemos como la prensa liberal desde su fundación. Lo que derivó en que siempre desde los poderes públicos se denunciara a los medios por arbitrariedad tendenciosa, por descargar presiones con finalidades económicas o políticas, o por pura y simple altanería. Cosa que muchas veces fue verificable. Tanto como lo fue que esas acusaciones escondieron, otras muchas veces, la realidad de que lo que no se soportaba era la crítica, la diferencia o el señalamiento de lo irrefutable.
Lo que inaugura Milei es otra cosa y no se vio nunca. Milei por un lado postula que lo que no coincide con su mirada no es solamente un error, sino un error malicioso o de disminuidos. E invita abiertamente a odiar a los periodistas. Los ataca deformando con apodos sus nombres para conectarlos con una venalidad de la que jamás ofrece pruebas. Y los acusa de hacer cosas inaceptables que son las que, está probado en una entrevista bizarra donde interrumpe a su entrevistador para que omita lo incómodo y grabe de nuevo, él mismo hace con periodistas.
Se puede hablar de lo obvio que es señalar que el jefe del Estado argentino promueve de manera transparente discursos de odio, que utiliza insultos explícitos, que promueve persecuciones judiciales simplemente por una discrepancia. Tal vez igual de elemental sea señalar que lo que está degradado es la palabra política que a muy pocos les habla de su realidad lo que se expresa en desdén, en desinterés, en ausentismo electoral histórico.
Milei es el último ganador de las elecciones presidenciales. En el debate oficial dijo que su competidora más cercana por una parecida franja de electorado había puesto bombas en jardines de infantes. Cuando ganó le confió el manejo de la seguridad pública convirtiéndola en ministra del área.
En semejante estado de afonía de la palabra, las otrora impresionantes sentencias de un presidente impresionan poco. “No odiamos demasiado a los periodistas”, dice en sus redes Milei. “Los periodistas son las prostitutas de los políticos”, expresa frente a un streamer que es su propagandista. Inmediatamente denuncia penalmente “por mentiras” a Carlos Pagni, Viviana Canosa y Ari Lijalad.
Estas acciones brutales y sin parangón de un jefe de Estado implican un estatuto novedoso en un estado democrático. Es sencillamente propiciar la persecución de periodistas por su actividad profesional, propiciar efectos de amedrentamiento o generar directamente efectos físicos. De la invitación a odiar no puede no esperarse consecuencias. Hace un mes dos personas atacaron a golpes a un periodista crítico de Milei y obligaron a su internación. Antes un reportero gráfico terminó en terapia intensiva por un ataque con un lanzador de gases en una marcha de jubilados. Esta semana a un fotógrafo de una agencia internacional un grupo de gendarmes lo detiene sin motivo, lo reduce con brutalidad registrada, le fabrica una denuncia por una inexistente resistencia a la autoridad.
Pierre Bourdieu decía que el periodismo es una profesión muy poderosa que realizan individuos muy frágiles. El poder del periodismo está en discusión en un ámbito donde los hábitos de consumo de información por la prensa están absolutamente alterados y mucho más el sistema de medios como modelo de negocio. En ese contexto el jefe del Estado invita a odiar a los periodistas y eso no puede sino tener, como tiene, derivaciones violentas. La desprotección al ejercicio profesional, sin embargo, es practicada todos los días y viene especialmente de los propios medios.
A mitad de mayo causó furor la publicación de una columna en Perfil de la periodista Leticia Martín, donde en un texto descarnado y sobrio ella describe que ya no quiere escribir semanalmente textos por los que le pagan 50 mil pesos por mes, pero que no cobra ni recibe reajustes hace seis meses.
Es una nota donde habla de la tristeza, de la precariedad, de la deshumanización en los medios especialmente privados, lo que provoca una adhesión en foros de periodistas, porque lo que refiere es una regla absolutamente extendida. El título potente y descorazonador de la nota es “Nadie lee nada”. Título elegido a propósito que entre sus múltiples sentidos flotantes viene a decir que nadie se da por aludido de nada. El empleador de la redactora es impulsor de una demanda que implicó que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenara al Estado argentino por la violación del derecho a la libertad de expresión. Y es uno de los más activos denunciantes de Milei por incitar al odio.
¿Conecta en algún lado la libertad de expresión con los modelos de flexibilización extrema de las condiciones de trabajo de los periodistas? Este es el punto del momento. Porque la brutalidad caricaturesca de Milei se lleva la marca de todo lo que, por fortuna, la agudeza de Leticia Martín deja en evidencia. La fragilidad extrema de la lógica productiva del periodismo es tal que no solo la redactora no cobra, sino que es verosímil que la nota haya eludido la censura porque ante la exigencia desmesurada el editor haya autorizado la nota sin mirarla. “Nadie lee nada” es también un modelo de gestión.
Y la alarma, indignación o desdicha es por un discurso manifiesto que en las Redacciones de los medios se vive todos los días. El odio de Milei tiene su sucedáneo en tantos lugares, como en Rosario donde el control de los medios está casi monopolizado. Y donde un puñado de empresarios tiene todos los días la decisión sobre todo lo que se va a leer pero, especialmente, sobre lo que no se va a leer. Son personas que si son honradas en sus fines últimos saben que no pueden aspirar a ningún prestigio porque su meta última no es que se conozca los hechos de interés público y ponerlos en contexto, que en eso consiste el periodismo, sino en ser decisivos factores de poder. Eso lo hacen ejerciendo censura todos los días. Hay un estudio jurídico muy famoso en los principales medios de Rosario. Uno de sus pedantes abogados, muy metido en las cuestiones de contenido, suele decirles a los enlaces con la Redacción. “Al que se quiera hacer el Rodolfo Walsh lo borro del mapa”.
Estas expresiones aceitosas son un discurso de odio soterrado pero permanente. Que se embandera contra el acto de un periodista legendario que reveló brutalidades y por ello fue asesinado. Justamente para pasarle el recado a periodistas, cada vez más cargados de funciones polivalentes, con los sueldos raquíticos y en cuotas.
Todo esto pasa desde antes de Milei. Pero como hizo en tantos campos, a una voluntad que permanecía inaudible Milei le pone palabras. No tiene miedo de llamar al odio explícito. Un odio que ya existía pero al que un histórico trabajo civilizatorio mediante instituciones le ponía límites. Nadie parece darse por aludido de habitar un país donde se reprimen a ancianos que reclaman por sus jubilaciones mínimas, que tiene ciudades con más personas durmiendo en las calles, donde se arma una estafa internacional promovida por el presidente. Ante cosas tan normalizadas que se llame al odio a los periodistas no es tan anormal. Un país donde solo puede haber cinco perros o 43 conejos si el presidente lo dice.
El trabajo de la política, no solo del periodismo, es evitar el efecto de anestesia. Pero no solamente mirando lo obvio. El desprecio es previo a que Milei lo invoque y en las Redacciones de Rosario, en medio de su tediosa banalidad, se expresa hace mucho. Exhibirlo, exponerlo, demostrarlo. La oportunidad es urgente y es ahora.