por Mario Glück
Por decreto 1225 del 4 de octubre de 2024 la municipalidad de Rosario decidió festejar los 300 años de la Rosario. Como se sabe, nuestra ciudad no tuvo fundador, por lo tanto es imposible datar fehacientemente un onomástico. La iniciativa remite a la referencia que en 1802 escribió el residente en esta zona Pedro Tuella, en la que consigna que en 1725 un tal Francisco de Godoy habría fundado el Pago de los Arroyos con un grupo de indios calchaquíes. Hacia 1880, Eudoro Carrasco (1824-1881) y su hijo Gabriel (1854 -1908), se tomaron el trabajo de buscar en los archivos parroquiales como para confirmar lo dicho por Tuella. La búsqueda fue infructuosa, el señor Francisco de Godoy no figuraba en ningún archivo existente. Sin embargo, los Carrasco no desmintieron a Tuella, simplemente hipotetizaron que quizás el fundador de marras estuvo y luego se fue del Pago. Tampoco encontraron huellas de la estancia de indios calchaquíes en esta ciudad.
En realidad los Carrasco (que en el decreto municipal citado figuran como hermanos), podrían considerarse entre los fundadores políticos e intelectuales de la ciudad. Eudoro llegó a la ciudad en 1853 y desplegó una intensa actividad en la recientemente consagrada como ciudad por Urquiza. Fue imprentero, periodista, cofundador del diario La Capital, concejal y creador del Escudo de la ciudad, que aún rige en la actualidad. Su hijo Gabriel fue estadístico, periodista, intendente y escribió junto a su padre, la primera crónica, los Anales de la ciudad de Rosario. En su actuación y sus escritos dieron los primeros pasos para construir un imaginario de ciudad del progreso y de la modernidad, que se sintetizó años después con la frase Rosario es hija de su propio esfuerzo.
En 1924 la municipalidad había decidido, tomando los dichos de Tuella, organizar los festejos del Bicentenario de la fundación de la ciudad para 1925. El intendente, Emilio Cardarelli realizó consultas a distintas instituciones y profesionales de la historia, para justificar los festejos. El resultado fue un tanto frustrante, la mayoría de los consultados, negaron o plantearon sus dudas sobre la entidad de ese relato histórico. Juan Álvarez que ya era un intelectual consagrado para ese momento, opinó que la intendencia no tendría que haber consultado a los historiadores y fijado una fecha de oficio. El historiador observaba con lucidez dos contradictorios trabajos sobre el pasado, el que demandaba la política y el que podían ofrecer los historiadores científicos. Las instituciones políticas, empresariales, y civiles de todo tipo demandan narrativas complacientes y que den certezas, a veces hagiográficas o como mínimo genealógicas. Los historiadores con pretensiones científicas no pueden ofrecer esto, todo es provisorio, complejo y conflictivo. La política no tiene un compromiso ontológico con la verdad, su misión es convencer, y la verdad histórica no es indispensable para la tarea. En cambio el historiador si tiene ese compromiso, aunque considere esa verdad como una simple hipótesis.
Pero volvamos al Tricentenario, la pregunta que podemos hacernos es ¿pierde legitimidad un festejo o una efeméride porque no la pueden certificar los historiadores?. En principio los historiadores no tienen el monopolio del trabajo sobre el pasado, ni deberían tenerlo, no se trata de una práctica que comprometa, en general, ni la vida ni la integridad de nadie. Por lo tanto la política puede decidir su narrativa estatal como mejor le parezca, con absoluta libertad. Claramente la fundación no existió, y tampoco hay pruebas claras de Francisco de Godoy, pero lo más importante son las proyecciones e intenciones de los posibles festejos, los valores se piensan transmitir, el imaginario y la identidad se quieren fomentar. De todos modos hay ciertos límites, que tienen que ver con las contradicciones del relato. Una de las versiones que defienden la existencia de Godoy (tributaria quizás de la que planteó Fausto Hernández) con tintes progresistas, inventa un español amigo de los indios, como si fuera alguien que no tenía un compromiso con la conquista y colonización de América. Claramente esto sería imposible, y tampoco se corresponde con el relato de Tuella, que claramente habla de “indios amigos”, que traducido significa aquéllos que colaboraron con el conquistador. El mito en la modernidad si violenta excesivamente la verosimilitud histórica, pierde eficacia. En nuestro imaginario está muy instalado que la historia tiene algún elemento de verdad.
Rosario tiene varias nominaciones identitarias que conviven a veces en forma contradictoria, y otras complementarias. Es La hija de su propio esfuerzo, la Cuna de la Bandera, la Chicago Argentina, la Barcelona Argentina, la Fundada por Godoy, la Capital del Peronismo y otras más. A su manera todas son legítimas y expresan una parte de la identidad local el problema es cuando se plantean de forma excluyente. Por ejemplo si La hija de su propio esfuerzo significa que la ciudad fue construida por su burguesía y los sectores populares son simples brazos o delincuentes, estamos cerrando la identidad local a una geografía limitada y a un protagonismo excluyente de sus sectores más encumbrados.
Pero más importante que el pasado como mito o como historia es el presente que vivimos, que es el de una ciudad con enorme desigualdad y una economía delictiva que deriva con frecuencia en actos violentos. Coexisten edificios de alta gama con ranchos miserables, gente en situación de calle con conductores de Audi, y podríamos seguir enumerando contrastes. Desde ya que afirmar tal o cual identidad no va a solucionar ni siquiera mínimamente estos problemas, pero puede ayudar a trazar un horizonte desde el cual proyectar políticas públicas más inclusivas. Y un horizonte más igualitario no puede proyectarse desde una narrativa que quede reducida a contar la historia imaginaria o real del centro histórico y de su pujante burguesía.