EL RUIDO Y LA FURIA, ENTRE EL RELATO Y LA REALIDAD

por Antonio Muñiz *

Las elecciones recientes en Estados Unidos no solo impactan a nivel global, sino que también ofrecen claves importantes para la política argentina. La figura de Donald Trump, una vez más en el centro del escenario, representa un signo de agitación en un contexto internacional ya marcado por inestabilidad y tensiones crecientes.

La política global está cada vez más polarizada, con Estados Unidos enfrentando desafíos significativos a su rol hegemónico mientras se consolidan nuevos bloques de poder. Esta situación recuerda el clima previo a las grandes guerras del siglo XX. La historia nos muestra que es necesario manejar con racionalidad estas tensiones,  ya que en el pasado estos conflictos geopolíticos se resolvieron  a través de las guerras. La situación en Ucrania, los conflictos violentos en Medio Oriente y las tensiones comerciales, alimentadas por posibles olas de proteccionismo, crean un escenario internacional complejo que amenaza con volverse más inestable.

En este contexto, la relación de Argentina con el mundo también está en juego, especialmente con la llegada de Javier Milei a la presidencia. Para Milei, el triunfo de Trump es una validación de su visión y estrategia. Esto refuerza su idea de formar un bloque de líderes antisistema que desafían el statu quo. Sin embargo, aunque podría facilitar relaciones con los  organismos internacionales de crédito, existen dudas sobre el impacto real en la economía argentina, dada la postura proteccionista de Trump que podría afectar las exportaciones y generar efectos secundarios en la inflación y las tasas de interés. Además, surgen interrogantes sobre cómo Milei manejará temas geopolíticos sensibles, como la guerra en Ucrania o la relación con China, donde sus posturas podrían verse tensionadas por su alineación acrítica con Estados Unidos.

La coincidencia en el liderazgo de Trump y Milei va más allá de sus políticas específicas. Si bien ambos comparten un estilo similar: una retórica incendiaria, la ruptura con las estructuras tradicionales y un ataque constante al sistema político y mediático. Trump es un nacionalista clásico que revive viejas doctrinas aislacionistas estadounidenses, mientras que Milei se autodefine como anarcocapitalista, mucho más radical en su enfoque. Esto plantea desafíos únicos en Argentina, ya que su estructura institucional es más frágil y el límite para frenar algunos experimentos económicos irracionales se muestra, por los menos por ahora, muy acotado, por lo cual la profundidad de los cambios generará mayores costos, sobre todo si el modelo se enfrenta a un fracaso.

El contexto político en Argentina revela la necesidad de comprender por qué Milei ha logrado posicionarse como una alternativa viable. Su llegada al poder se dio en medio de un fuerte desencanto con todo el sistema político. Las elecciones no fueron simplemente un referéndum sobre el gobierno saliente, sino sobre todo el pasado reciente, incluyendo tanto al kirchnerismo, al macrismo y a toda la clase dirigente argentina tradicional.

El mensaje de Milei se enmarca así en una crítica profunda al establishment, un cuestionamiento que va más allá de las figuras individuales y se dirige a la clase dirigente en su conjunto. Este fenómeno no se entiende sin considerar la crisis económica y social que ya venía gestándose y que la pandemia agudizó, erosionando aún más la confianza en la política tradicional.

El estilo de Milei también ha cambiado la forma en que se hace política en Argentina, rompiendo el molde del dirigente tradicional y cambiando además el formato del discurso político.

El rol de los jóvenes, especialmente aquellos menores de 30 años, es fundamental para entender algunos de estos cambios. Estos jóvenes, desilusionados con la clase política tradicional, encontraron en Milei un discurso que resonaba con su rechazo al sistema establecido. En este contexto, los medios tradicionales han sido desplazados por plataformas digitales y redes sociales, dominadas por streamers y figuras influyentes del mundo online, lo que ha permitido a Milei utilizar de manera más eficiente las nuevas formas de  comunicación que otros partidos no han sabido manejar.

La fragmentación de la oposición, por su parte, es otro síntoma de la crisis de representatividad que enfrenta la política argentina.

El radicalismo se encuentra dividido entre quienes buscan alianzas pragmáticas, teniendo como único objetivo estar cercanos al poder y comer las migajas que caen de la mesa. El caso de Rodrigo de Loredo expresa en forma patética este radicalismo pusilánime frente a otros que optan por una postura más ética y por ende más confrontativa.

El PRO, por otro lado, atraviesa una crisis de identidad, ya que lo que alguna vez quiso representar,  una derecha  «republicana», un agente  del cambio que un sector de la sociedad parecía querer y terminó expresando solo un anti kirchnerismo acérrimo, pero que hoy ese espacio está siendo ocupado por  Milei. Además la cooptación de dirigentes y legisladores por parte del mileismo, van generando un vaciamiento progresivo del macrismo, dejando a su líder Mauricio Macri, cada vez más aislado.

El peronismo, enfrentado a este nuevo escenario, parece no haber calibrado completamente la magnitud del desafío que Milei representa. En lugar de analizar el cambio de época que Milei supo entender y capitalizar, su respuesta ha sido una vuelta a los liderazgos tradicionales.

El regreso de figuras como Cristina Fernández de Kirchner a la conducción del Partido Justicialista refleja la intención de mantener la cohesión interna y «ordenar al peronismo», pero también muestra una resistencia a una renovación profunda que permita conectar con la nueva realidad política y social del país.

Como decíamos este movimiento, aunque efectivo para contener la fragmentación del voto peronista, podría resultar insuficiente para reconquistar el poder a nivel nacional, ya que si bien busca blindar el tercio del electorado que se define como peronista, genera resistencias para una política de construir alianzas más amplias y sobre todo traba el surgimiento de nuevos liderazgos, dentro del campo popular.

Milei ha sabido capitalizar el desencanto generalizado, pero no cuenta con un cheque en blanco. La sociedad argentina o una parte importante de ella le reconoce algunos avances en materia económica, como la baja en la inflación, pero espera aún resultados concretos en su vida cotidiana, especialmente en la recuperación del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, aumentar el consumo y la actividad productiva.

En este sentido, el desafío para Milei es demostrar que puede ir más allá de la retórica disruptiva y ofrecer soluciones efectivas a problemas de larga data. En este sentido el mileismo muestra fallas esenciales, su falta de cuadros político técnicos y dirigencias territoriales, el desprecio y la ignorancia de la mayoría de sus funcionarios sobre la gestión del estado, un terraplanismo extremo que los lleva  a muchos de ellos  a generar situaciones irracionales, que a su vez provocan daños, muchas veces irreparables.  Ejemplo  de esto son las políticas o la falta de ellas en áreas críticas como salud, previsión social, atención de sectores vulnerables, etc.

Otro ejemplo de la impericia, pero sobre todo de ceguera ideológica, son las relaciones exteriores, donde las torpezas de Diana Mondino en la primera etapa fueron superadas por el nuevo canciller llevando a Argentina a un hazmerreír global y a un aislamiento internacional, sosteniendo una agenda contraria a casi todo el mundo civilizado.

El riesgo para el peronismo, y para la oposición en general, es quedarse anclados en un análisis superficial de lo que Milei representa. Si bien es tentador reducirlo a un fenómeno mediático o a una excentricidad pasajera, lo cierto es que su llegada al poder responde a un cambio estructural en la sociedad argentina, pero también a una oleada mundial que podríamos denominar «nueva derecha«, encarnado entre otras figuras como Trump, Bolsonaro o Meloni. Esta nueva derecha ha alimentado, en un fenómeno de ida y vuelta, un mensaje anti-político y anti-elites tradicionales, muy eficiente pero que, como decíamos, se nutre de un sentimiento de rechazo a lo político que ya se venía gestando en la sociedad.

En esta etapa histórica las demandas de la ciudadanía fueron mutando y los partidos tradicionales no han sabido dar respuestas. Esto  obliga a los partidos tradicionales a replantearse sus estrategias y  reconectarse con esa sociedad o seguirán siendo simples espectadores de la redefinición del mapa político.

La consolidación del liderazgo de Milei dependerá, en última instancia, de su capacidad para responder a estas expectativas y mostrar resultados reales frente a la crisis que vive el país. Por ahí viene su mayor debilidad, el alto daño que infringe sobre los sectores más vulnerables, su falta de gestión del estado y sobre todo la inviabilidad histórica y económica de su modelo. Todo esto nos conduce a una crisis social y económica de proporciones. La respuesta a esa crisis por parte de la sociedad y de las elites es imprevisible.

Mientras tanto, el resto del sistema político deberá reflexionar sobre su rol y sus estrategias presentes y futuras,  enfrentando un dilema profundo: renovar sus liderazgos y sobre todo sus propuestas para conectar con una ciudadanía desencantada, o resignarse a ser actores secundarios en un escenario dominado por nuevos actores y dinámicas que aún están en construcción.

El momento político actual es de una gran incertidumbre, pero también de oportunidad. Si Milei falla, podría abrirse un espacio para una recomposición del sistema político tradicional, pero esto requeriría una autocrítica profunda, pero sobre todo un análisis de lo que viene, un mundo de cambios profundos en lo tecnológico que afectará  todo el entramado productivo pero también la vida cotidiana de la ciudadanía. Como ha ocurrido a lo largo de la historia los cambios en los sistemas de producción  generan cambios profundos en las relaciones sociales, económicas y políticas.

Hasta entonces, el futuro de la política argentina está, en gran medida, en manos de aquellos que sepan interpretar mejor los signos de los tiempos y articular un proyecto que sea capaz de dar una respuesta a este nuevo y desconocido escenario, teniendo en claro que muchos de los viejos paradigmas ya no funcionan, que hay que generar otros para la construcción de una  nueva agenda de futuro.

(Antonio Muñiz publicó este artículo en D-PyE Data Política y Económica)

* Antonio Muñiz es vicepresidente del Instituto Independencia