Ceferino Namuncurá
El mundo no gravita alrededor de los inventores de grandes estruendos,
sino alrededor de los inventores de nuevos valores.
F. Nietzsche
Nuestro presidente culminó otra de sus giras por EEUU con el “programa de encuentros con sectores tecnológicos¨, como parte de su agenda con ese país. Grandes títulos gubernamentales, grandes titulares de periódicos, y un mensaje mediático acordado preanunciando una nueva era: la de las grandes inversiones tecnológicas en nuestro país.
Cabe aclarar antes de desarrollar mi reflexión que de ningún ¨fierro¨ se trata, sin menospreciar el pensamiento como capital. Estamos frente a desarrolladores de apps, y herramientas de software, y fundamentalmente capitalistas del dato y de lo digital.
Visto así y sin un análisis demasiado profundo -característica de estas épocas del meta mensaje y el micro pensamiento- se acercarían años de una revolución no sólo tecnológica sino de nuevos paradigmas laborales, sociales y políticos. Basta un pequeño esfuerzo de la imaginación y representarse a argentinos navegando desde sus hogares por el mundo, trabajadores expulsados del viejo sistema laboral desplegando ¨sus capacidades¨ en soluciones de software y hardware, olvidados ya de lo primario, metalmecánico, el taller, la manufactura o la línea de producción. Y Argentina transformándose en ¨Meca¨ de referencia en nuevas tecnologías, compitiendo con chinos, japoneses, coreanos y nórdicos. Todo esto, desde luego, apadrinado por los lideres de Google, Meta (dueño de Facebook), Sillicon Valey, Apple o Tesla. Casi una sociedad en el país de las maravillas y una refundación del ¨ser argentino¨.
Ahora bien, todo esto tiene un trasfondo desconocido para la ciudadano de a pie, y dicho trasfondo tiene una historia que se remonta a más de una década.
La agencia estatal independiente de EEUU, mas conocida como FCC (Federal Communication Commission), órgano regulador de las comunicaciones para el público en general, debió laudar en un conflicto no resuelto: el de los dueños, inversores en redes terrestres, fibra óptica, redes inalámbricas, plataformas satelitales y sus combinaciones frente a los desarrolladores de aplicaciones, desarrolladores de contenidos, generadores de datos, o “piratas del asfalto informático e internet¨, que lucran con las inversiones monumentales que significan el despliegue de redes en los países. Conflicto que todavía subyace y no se vislumbra más que una solución política.
En el país de las maravillas, Argentina, y estigmatización mediante de todo lo que huela a decisión política, el problema es mayor. En el caso de los EEUU, empresas como Verizon, la Bell o AT&T, propietarias de plataformas físicas y satelitales, son poderosos generadores de mucha mano de obra y empleos. Si bien no salieron indemnes, obtuvieron soluciones de compromiso sin afectar la ecuación económica, laudo mediante.
Nuestro país, como en tantos campos, es un caso paradigmático. No es la excepción, pero sí de los pocos donde el mensaje político se trasladó a los hechos, minutos antes de la creación de ARSAT, empresa estatal de soluciones satelitales y además propietaria, gestionadora y administradora de la mayor traza de fibra óptica del país (aproximadamente 34.000 km en su Red Federal de Fibra Óptica, REFEFO).
Los operadores más importantes –Telecom, Telefónica de Argentina, Claro y en menor medida Telecentro, CableVisión y Multicanal- habían realizado un despliegue fundamentalmente “en estrella¨, más o menos como el modelo inglés de ferrocarriles, con mínima redundancia, y en general bajo el principio de los mayores centros de tráfico, que es el de los grandes centros urbanos.
A partir de la definición política de que para integrar definitivamente al país era ineludible el acceso a la información y a las nuevas tecnologías -pero no ya como un usurario sino como herramienta de acceso y transformación, así como de producción y generación de nuevas actividades laborales, investigativas y científicas-localidad, pueblo o ciudad no fue una variable determinante en el despliegue de la fibra óptica, sino que lo fue el país como unidad integradora e inclusiva. Hitos son entonces la traza de la fibra óptica en toda la ruta 40, la ruta 23 en Río Negro, la traza que une el NOA y el NEA, el cruce al estrecho de Magallanes.
¿Cuál sería entonces el problema de que nuestro presidente ¨consiga¨ que las mega empresas de contenidos y aplicaciones vengan al país? Si la pregunta es hecha a boca de jarro la respuesta es NINGUNO.
Pero veremos que no es así. Ya hubo tentativas de arrimarse al fueguito de crecimiento en el gobierno Néstor y en el primero de Cristina, pero la hilacha la mostraron cuando pergeñaron el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas –ALCA-, al que dijimos rotundamente no en la reunión de Puebla (México, 2004). A esos ¨intereses comerciales¨ no les interesa nuestro país como lugar de fuertes inversiones; siempre la condición del ALCA fueron los negocios trasnacionales con mínima inversión en los países adherentes.
En el contexto político que estamos viviendo, cualquier modelo de negocios de las empresas desarrolladoras de aplicaciones, herramientas storage y procesamiento de datos significa, llanamente, la apertura de las redes públicas como privadas a operadores que sólo obtendrán beneficios y que nada dejaran en nuestro país, ni a nivel de plataformas tecnológicas, tanto en cuanto a nuevas capacidades en nuestros técnicos, profesionales o expertos, y menos en cuanto a montaje de laboratorios de experimentación en materia tecnológica y digital.
En síntesis: independientemente de los modelos de negocios que nos trajeron hasta aquí, de los aciertos y de los errores del sector privado y del público, en materia de telecomunicaciones la frutilla del postre debería quedar aquí, y esto debería ser un ¨imperativo categórico¨ a lo Kant.
Y cuando hablo de la frutilla del postre me estoy refiriendo a todo aquello que pueda ser portado por las troncales, distribuido en la capilaridad de los accesos. Nuestro país cuenta con un despliegue fenomenal de fibra óptica; pocas son las localidades alejadas de las trazas nacionales, provinciales o privadas; y las soluciones a estos problemas están a la mano. Una cobertura satelital complementaria en banda C, KU y Ka que hace posible llegar a cada rincón de nuestra geografía, la red de Televisión Digital Terrestre, con cobertura al 92 por ciento de nuestra población, he aquí el ¨desde donde¨.
Una Argentina Tecnológica no es una quimera, argentinos protagonistas en nuevas tecnologías o en al ámbito digital, una certeza. Porque si bien incipiente la potencialidad es una realidad: universitarios, expertos, técnicos y estudiantes, lo han plasmado en casos emblemáticos.
La plataforma existente y una estrategia certera en cuanto a nuevas trazas y tecnologías de acceso, que permita a cada segmento de nuestra sociedad acceder de acuerdo a necesidades y demandas; asegurar una prestación mínima y universal, centros de almacenamiento, administración y gestión de datos con altos niveles de seguridad, redundancia en todas las trazas interurbanas que aseguren el servicio residencial y a las empresas; el desarrollo de habilidades en cuanto a programación -característica principal de los egresados de nuestras universidades-, generadores de contenidos, desarrolladores de facilidades y aplicaciones; vienen conformando ¨una Sillicon Valey Criolla¨ a la que se dio orientación y fuerte impulso hace dos décadas, desde el Ministerio de Planificación Federal conducido por Julio De Vido.
De improvisados nuestro país está lleno, así como de fabuladores. Adelantados hay pocos y la de estadistas parece una especie en peligro de extinción. Pero nuestra Argentina también es plena de hombres y de mujeres con impronta y con ideas, con talento y con ganas, con sentido común y con experiencia. Hay que escucharlos y reunirlos, darles cauce y organización para ser gobierno y artífices de nuestro destino.
Ceferino Namuncurá es ingeniero electrónico y fue Interventor de la Comisión Nacional de Comunicación