Por Claudio Scaletta *
Hay palabras que parecen pasadas de moda, que ya no se discuten, no por desidia ni por pereza intelectual, sino porque quizá no tenga mayor sentido práctico en el orden de la política. Una de estas palabras es “imperialismo”.
El imperialismo, como se sabe, es una relación entre una metrópoli y sus colonias. Las formas de esta relación fueron cambiando a lo largo de los milenios, su esencia, la extracción del excedente, no. Hubo un tiempo que los imperios conquistaban por la fuerza. Los ejércitos invadían, plantaban bandera y las elites dominantes cambiaban, sea por eliminación, asociación o simple reemplazo de las existentes. Un ejemplo de plantar bandera fue la conquista de América.
Ya en los inicios de la globalización otro mecanismo fue el monopolio del comercio. La historia relata que en la elite de la Buenos Aires colonial abundaban no solo los propietarios de tierras, sino también los contrabandistas. Un detalle que la historia colegial suele olvidar es que uno de los principales lemas de la Revolución de mayo de 1810 fue “por la libertad de comercio”. Aquí se hace presente que la esencia de la relación imperial era la extracción del excedente, que durante la colonia el excedente se captaba monopolizando el comercio y que el contrabando primero y la libertad de comercio después eran, además de negocios florecientes, formas de resistencia. La historia siempre es más compleja, el contexto global siempre determina. Lo que sucedía a comienzos del siglo XIX es que el centro imperial estaba pasando de España a Inglaterra y la expansión global de la revolución industrial demandaba libertad de comercio. Pero no derivemos.
El tablero global puede haber pasado a ser multipolar y la disputa del presente puede concentrarse entre dos formas de capitalismo, el estadounidense y el chino o el occidental y el asiático, pero lo que no cambió para el conjunto del planeta es la esencia del imperialismo, que sigue siendo siempre la misma: la extracción de excedente. La pregunta entonces es por las formas contemporáneas de la extracción del excedente colonial. Al margen de las excepciones, hoy ya no se planta bandera, ya no se monopoliza el comercio, el mecanismo de apropiación del excedente en la era del capital tecnológico es el endeudamiento. O más precisamente, para regocijo de los Shylocks modernos, la sujeción por deudas. Es en este contexto donde aparece en escena el FMI.
El “organismo financiero multilateral” nació como una de las principales herramientas ideadas para consolidar el nuevo orden mundial emergente de la segunda guerra mundial. Sus ideólogos fueron un inglés, John Maynar Keynes, y un estadounidense, Harry Dexter White. El interés de Keynes era encontrar mecanismos para que las crisis de balanza de pagos no afecten el crecimiento económico de los países, el de Dexter White era consolidar al dólar como moneda global. El punto de coincidencia fue que el FMI funcione como prestamista de última instancia. Hasta aquí las intenciones, pero como cualquier argentino sabe, hoy el FMI, si bien funciona efectivamente como prestamista de última instancia cuando las economías enfrentan restricciones externas, es decir crisis de balanza de pagos, pero el objetivo no es que no se vea afectado el crecimiento, sino la aplicación de un paquete de políticas económicas estándar acorde a las necesidades del actual orden imperial. De lo que se trata primero, es de garantizar la libre movilidad de capitales y mercancías y segundo, de reducir el tamaño de los Estados, en tanto se supone que menos Estado equivale a menos impuestos y menos regulaciones para el capital. Pero el proceso no termina aquí, el sistema es más sofisticado. Los países necesitan del Fondo cuando están en una situación de crisis externa, es decir poco facultados para el libre albedrío, lo que los compele a aceptar las condicionalidades que impone la relación, sin embargo, una vez hecho el programa con el FMI y producido el desembolso viene lo mejor: la deuda asumida vuelve al capital por múltiples vías y, aquí está el mecanismo en todo su esplendor, al mismo tiempo queda en la cabeza del Tesoro. En adelante el país deudor deberá utilizar todos sus excedentes de divisas para “honrar” la deuda con el organismo. Tal el mecanismo de “sujeción imperial”, de “extracción del excedente colonial”, aunque como se dijo al principio, la terminología esté pasada de moda y tenga el inconfundible tufillo a “zurdo empobrecedor”. La frutilla del postre es que a los países nunca les alcance para cancelar toda la deuda, lo que conduce a las renegociaciones permanentes y a la eternización de la relación. En el camino, los grados de libertad de la política económica interna simplemente desaparecen.
El punto de los “grados de libertad” resulta esencial. Quienes siguen desde hace décadas la evolución de la economía local seguramente recordarán que hasta 2005 el debate de la coyuntura permanecía siempre impregnado de la relación con el Fondo: las visitas de las misiones, las demandas de política, las privatizaciones y los ajustes estructurales. La crisis de 2001, los cacerolazos y la lucha callejera del fin de la convertibilidad fueron también una reacción visceral a los años de condicionalidades y presiones. Por eso cuando el 3 de enero de 2006 el gobierno de Néstor Kirchner le pagó al FMI el total de lo adeudado, cerca de 10 mil millones de dólares de entonces, fue un hecho revolucionario. Con prescindencia de lo sucedido en los años posteriores, desembarazarse de la tutela del Fondo significó que la política económica recupera sus grados de libertad. Previamente se había completado un agresivo canje de la deuda con privados que había quedado formalmente en cesación de pagos a comienzos de 2002, la horrible herencia de la convertibilidad que hoy nadie parece recordar. Fue un hecho revolucionario porque rompió el principal mecanismo de extracción del excedente que sostenía el orden colonial, algo que el imperio del capital jamás perdonaría.
Desde entonces comenzó, sin prisa, pero sin pausa, la lenta reconstrucción de la relación colonial, la que se coronaría recién más 12 años después en el oscuro 8 de mayo de 2018, cuando Mauricio Macri anunció a la población, en un escueto mensaje grabado, que había iniciado negociaciones con el FMI para obtener nuevo endeudamiento, el que llegaría a 57.000 millones de dólares y de los que finalmente solo se tomarían 44.000. El personaje a cargo de las negociaciones de entonces fue Luis “Toto” Caputo. No es una exageración señalar que Macri y Caputo fueron “los restauradores del orden colonial”.
Para llegar a 2018 luego de recibir en diciembre de 2015 una economía desendeuda, fueron necesarios dos años de toma desaforada de deuda por más de 100 mil millones de dólares. En mayo de 2018 también fue posible vislumbrar la dinámica del futuro que se venía: otra vez las negociaciones con el FMI, otra vez las visitas de sus emisarios, otra vez las condicionalidades y, en suma, otra vez la pérdida de grados de libertad de la política económica. Y el dato más grave, con un programa de 57 mil millones esta vez se disipaba toda posibilidad de desembarazarse del Fondo por la vía “nestorista” de pagar el saldo de una sola vez. La suerte quedó echada, pues en ese momento también se supo que la tarea primordial del gobierno que sucediera al macrismo sería la renegociación de la deuda heredada.
Lo que sigue es historia conocida, pero absurdamente controversial. Mientras en 2015. Al final del tercer gobierno kirchnerista, el desafío era cómo conseguir dólares para financiar el crecimiento, a comienzos de 2020 era, otra vez, como evitar una cesación de pagos, en tanto la economía no estaba en condiciones de hacer frente a los inmensos vencimientos heredados. Lo que consiguió la renegociación conducida por Martín Guzmán, vergonzosamente combatida desde el interior de la propia coalición de gobierno, visto en perspectiva histórica fue lo máximo que se podía conseguir sin romper las reglas de juego: no sólo la refinanciación de los vencimientos, sino un período de gracia de cuatro años en los pagos. Además, se había tomado la decisión política de no seguir contrayendo nuevo endeudamiento, un factor clave para la solvencia inter temporal de las cuentas públicas. Guzmán dejó también otra herencia positiva especialmente actual, en adelante todo endeudamiento público en moneda extranjera debería contar con la aprobación del Congreso.
Y así llegamos al presente. Si el gobierno de Néstor Kirchner rompió la relación colonial, si el macrismo la restauró, si luego el gobierno 2019-23 administró como pudo las condicionalidades heredadas sin agravarlas, la administración de Javier Milei, a través del DNU que busca birlar el espíritu de la ley Guzmán y de la demanda de nuevo endeudamiento por sobre la refinanciación de vencimientos, lo que hará es extremar el mecanismo de sujeción por deudas, o dicho de otra manera, comprometer el excedente que la explotación de los recursos naturales, desde la energía a la minería, generará en las próximas décadas. Y lo peor es que semejante compromiso de excedentes por generaciones se asume persiguiendo un objetivo de cortísimo plazo, sostener el esquema de dólar barato hasta superar las elecciones de medio término, esquema que hoy mantiene una relativa estabilidad macroeconómica ficticia como único logro del oficialismo. Las clases dominantes locales que acompañan, promueven y sostienen, la aventura mileísta, no solo parecen haber perdido el rumbo, sino también haber roto la brújula.
* Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).