Por Delfina Rossi *
Javier Milei repite una y otra vez que cobrar impuestos es una estafa. La muestra más cercana a ello se ha visto el día 9 de octubre del corriente año cuando, frente a empresarios, entre risas y aplausos volvió a la carga contra la justicia social y los impuestos. Pero esa es otra gran falacia que construye el Señor Presidente.
Como menciono en mi libro “Conducir al capital” no existe Estado que no recaude, y recuerdo que “Tal vez la declaración del presidente Javier Milei se deba a la idea expresada por Jean-Baptiste Colbert, consejero del rey Luis XIV de Francia, quien decía, “el arte de recaudar impuestos consiste en desplumar el ganso de forma tal que se obtenga el mayor número de plumas con la menor cantidad de ruido.” Debe haber leído esa historia, y por eso hizo el mayor ajuste de la historia en las vacaciones del 2024, para desplumarnos con el menor ruido posible.
En el capítulo denominado “Las fuerzas (rentas) del cielo” planteo que desde el punto de vista teórico existen dos enfoques principales sobre los impuestos. Una de perspectiva minimalista, que ve los impuestos como una herramienta para corregir fallos del mercado. Y otra que subraya la importancia del sistema tributario para influir en la distribución de ingresos y riqueza, financiando al Estado de bienestar y promoviendo una responsabilidad colectiva por el bienestar. De este modo, el mayor gasto (o inversión) de los estados se destina a salud, educación y prestaciones sociales.
Es decir, el Estado no actúa de manera imparcial cuando recauda y gasta. En realidad puede hacerlo con una mirada de equidad o no, puede redistribuir a favor de los sectores más vulnerables o transferir ingresos a los sectores más concentrados. Para Milei los impuestos alteran las decisiones del mercado y justifican incluso los monopolios y considera héroes a quienes obtienen ganancias extraordinarias. Esa justificación, es una gran excusa para no ponerle ningún límite a aquellos que obtienen beneficios excesivos debido a factores externos o relacionados con bienes comunes, como la fertilidad del suelo o la productividad de un pozo petrolero.
En los diez meses de gobierno de La Libertad Avanza, la tasa de pobreza aumentó un punto porcentual por mes (pasando del 41,7% a 52,9%). Desde el gobierno afirman que dicha circunstancia era esperable y que el PBI va a caer en 2024 3,8%%, entonces todos somos un poco más pobres porque se achicó la torta. Pero, ¿realmente dicha circunstancia resulta para todos por igual? La respuesta es que no. Si bien Argentina arrastra serios problemas estructurales de distribución del ingreso desde la dictadura cívico-militar, este proceso económico tiene dos características muy particulares: es un proceso endógeno (autogenerado por el mismo gobierno) y busca beneficiar a quienes más tienen.
Para el peronismo, el de Perón y Eva y el de Néstor y Cristina, la distribución del ingreso es un pilar fundamental de nuestro proyecto político. Por eso, de nuestras tres banderas la fundamental es la de la Justicia Social. En dicho concepto se sintetizan todos los elementos que hacen a la búsqueda de una mayor equidad, tanto en el plano de los derechos políticos como en el de los económicos y sociales; es decir la génesis del peronismo.
En cambio, la Justicia Social es para Javier Milei una “aberración” (sic). En más de una oportunidad el actual presidente ha dicho que “la justicia social implica un trato desigual ante la ley”. Vemos que lo discursivo, se ve aplicado a la praxis ya que si tomamos la variación de ingreso por deciles en los 10 meses que han transcurrido de gobierno, vemos que es mucho peor para los que menos tienen, mientras que el decil más rico perdió solo un 5% de sus ingresos. Es más, el 1% más rico aumentó sus ingresos un 0,4% interanual, mientras el 99% restante perdió más del 24% en promedio.
Un informe reciente de Cedlas revela que las personas con altos ingresos en el país no declaran la totalidad de sus ganancias reales. Según dicho informe el percentil más rico oculta ingresos por alquileres de propiedades, renta financiera, etcétera. Mientras que los primeros deciles de ingresos no disponen habitualmente de ahorros, ni de recursos acumulados. Por ende, los más ricos pueden compensar la pérdida de poder adquisitivo. Los que más tienen o el decil más rico compensan la pérdida de poder adquisitivo por la burbuja financiera de Caputo, lo que podríamos denominar (la tablita de Martínez de Hoz 2.0). Eso se llama transferencia de ingresos.
El mundo es cada vez más desigual, Latinoamérica es desigual y la Argentina también. Como indica Oxfam (2023)[1]: “La riqueza conjunta de los cinco milmillonarios más ricos del mundo se ha duplicado con creces desde el inicio de la década actual, mientras que la riqueza acumulada del 60 % de la humanidad se ha reducido”. Se señala que el 1% más rico posee más riqueza que el 95% de la población mundial, lo que socava la capacidad de los gobiernos para atender a las mayorías y fomenta una nueva oligarquía global.
La oligarquía es un sistema de gobierno donde el poder está concentrado en un pequeño grupo que toma decisiones en beneficio propio, ignorando las necesidades de la mayoría. En este contexto, la oligarquía global (o el tecnofeudalismo como diría Yanis Varoufakis) remite a cómo un reducido número de ultrarricos y grandes corporaciones ejercen una influencia desproporcionada en las políticas públicas, debilitando el papel del Estado. Oxfam destaca cómo un número reducido de grandes empresas controlan sectores estratégicos a nivel global. Dos empresas dominan el 40% del mercado mundial de semillas, mientras que tres gigantes tecnológicos absorben el 75% de los ingresos globales de publicidad digital. A pesar de la retórica de libre mercado o mercado libre, lo que predomina es un sistema controlado por unos pocos que profundiza la desigualdad.
El informe también critica la evasión fiscal de los ultrarricos a través de paraísos fiscales, visible en Argentina con los blanqueos de Macri y el actual gobierno. La crisis de deuda en países emergentes, como Argentina, beneficia a los acreedores y perpetúa la dependencia financiera, manteniendo a los países atrapados en un ciclo vicioso.
A pesar del panorama desalentador, hay esperanza en la resistencia de los países del sur global, donde Argentina y Brasil pueden jugar un papel fundamental en la defensa de su soberanía frente a presiones externas. Esto resalta la necesidad de promover la integración regional, la lucha por una menor desigualdad y recuperar el control sobre las decisiones que afectan a las comunidades.
Estamos ante un desafío global. Los Estados nación, tal como los conocemos, están en crisis. Los mecanismos de poder se están reconfigurando, y las oligarquías globales ganan terreno, no sólo en términos económicos, sino también políticos. La situación en Argentina es un reflejo de estas tensiones globales, agravada por un gobierno que está alineado con estos intereses, que, entre otras cosas, no reconoce la multilateralidad del mundo actual.
* Delfina Rossi es Economista, docente universitaria. Directora por la oposición del Banco Ciudad
[1] (ONG con sede en Londres destacada por su lucha contra la globalización financiera), Multilateralismo en una era de oligarquía global, destaca el aumento de la pobreza y la desigualdad como tendencias globales