Por Pablo Castillo *
Sabemos que el capitalismo tardío se organiza y se legitima a través de la captación de subjetividades disponiendo de sofisticados y sutiles dispositivos a los fines de colonizar las almas. Pero las subjetividades no se entregan mansamente a la plena colonización y de esta resistencia, de este límite, deteriorado y muchas veces sin un horizonte claro creemos que el peronismo, el campo nacional y popular tiene todavía mucho por decir.
Los principios neoliberales llevados al extremo conducen a la terminación del lazo social, a la disolución de lo colectivo, al fin del amor. Destruyendo la noción de verdad y socavando los legados simbólicos. Esto nos obliga a pensar nuevamente el decir de lo político y la política, a los fines de ser capaces de traducirlos en señales o indicios que interpelen toda posición crítica posible. Sin escindir la reflexión de la práctica ni claudicar en el análisis de cómo se correlacionan las urgencias con los tiempos necesarios para transformar acontecimientos y realidades.
Este nuevo momento del capitalismo supone como ya lo había preanunciado Perón en los setenta, la incorporación de nuevas tecnologías, pero también diferentes formas organizacionales, nuevos modos de explotación que se conjugan con distintos tipos de trabajo y nuevos mercados que emergen para crear una nueva forma de acumular el capital.
Por eso, pensar este neoliberalismo como una corriente capitalista, económica y política, responsable del resurgimiento de las ideas del liberalismo clásico es, al menos insuficiente. Tampoco es únicamente una ideología que defienda la retirada del estado y su desmantelamiento en favor del mercado. A diferencia del liberalismo clásico o inclusive el neoconservadurismo, el neoliberalismo es una construcción positiva que se apropia no solo del orden del estado, sino que es un permanente productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas que le dan forma a un nuevo tipo de racionalidad dominante.
Tampoco es solamente una maquina destructora de reglas. Porque si bien socava los lazos sociales, su racionalidad se propone organizar una nueva relación entre los gobernantes y los gobernados. Una gubernamentabiidad que se ordena según el principio universal de la competencia y la maximización del rendimiento extendida a todas las esferas públicas, reorientándolas y atravesándolas con nuevos dispositivos de control y evaluación. En realidad, estos nuevos contextos culturales y subjetivos en que las audiencias recepcionan los contenidos en clave siglo XXI diluyen el adentro y el afuera, lo público y lo privado y participan de las lógicas híbridas que funcionan habladas por las nuevas tecnologías.
Quizás es la primera vez que la famosa frase del filósofo norteamericano Marshall Mc Luhan dicha en 1964: el medio es el mensaje encuentra su verdadero significado con el surgimiento del capitalismo de plataformas. Pero entonces: ¿Qué lugar tiene la política?
Como si fueran piezas mal encastradas de un rompecabezas imaginario el tendal que dejo en su camino el pasaje de un capitalismo industrial a un modelo neoliberal intentó reconfigurar infructuosamente los nuevos puntos de apoyo para establecer -con la mayor claridad posible- desde qué lugar se habla y, a su vez, somos hablados. En definitiva, dónde estamos parados.
Llego el siglo XXI y los dueños de Blockbuster cerraron las persianas y encendieron la computadora. Hábito que con la pandemia no solo fue una herramienta para mantenernos con distancia, pero conectados, sino que reconfiguro –al menos parcialmente– nuestros modos de narrar y ver el mundo.
Quizás una de los emblemas más interesantes de estos cambios época les sea el de tratar de sostener algo que ya sabíamos: que una trama puede ser dicha y des-dicha desde diferentes lugares. Qué desde las orillas también es posible construir sentido e interrogar a los grandes discursos disciplinadores. Pero no alcanza solo con sustituir a Foucault por Byun-Chul-Han. Debemos también problematizar a nuestros mantras originarios porque si no lo hacemos habrá otros y otras que lo hagan soportando intereses que muchas veces entraran en conflicto con nuestras convicciones más profundas.
La lucha por el sentido, por fijar la verdad de una posición, es también una disputa de poder. Y aún en estos tiempos de motosierras, ajuste y desencanto, la política siempre va a ser el principal bagaje con el que contaran los silenciados por la historia escrita por los vencedores de Caseros, para alcanzar visibilidad y transformar el yo (liberal o fenomenológico) en un nosotros.
Porque un mapa siempre hace visibles algunas cosas y oculta otras. Los mapas cubren y descubren. Si un cartógrafo te dice que es neutral, desconfía. Si se sostiene desde su neutralidad ya sabes de qué lado esta. Porque un mapa siempre toma partido.
Por eso mismo, no reflexionar sobre el impacto que las nuevas tecnologías producen sobre nuestras averiadas narraciones y los modos en que se perciben las alegrías y las tristezas, los triunfos y los fracasos en los intercambios discursivos intergeneracionales nos puede llevar de nuevo a seguir recorriendo el puro tacticismo. A enfrentarnos a otro callejón sin salida.
Porque si bien, desde el punto de vista de la academia puede leerse como un error conceptual grave, para aquellos que nos percibimos como militantes y nos sentimos parte del pueblo (incluso, más allá de como este se configure) supone -de modo consciente o inconsciente- asumir una actitud de compulsión a la repetición, desesperada, casi suicida. Que excede la falsa dicotomía entre viejas y nuevas canciones.