sigiloso sucesor del capitalismo
Por José Miguel Amiune *
En los años 70 del siglo XX, el capitalismo industrial fue cediendo poder hegemónico al capitalismo financiero, en Occidente. El protagonismo se fue desplazando progresivamente de las fábricas a los bancos y al sector financiero.
La revolución tecnológica, que dio nacimiento a la era digital, hizo surgir el llamado tecnocapitalismo que hoy domina la escena internacional. Esa mutación fue consecuencia de los cambios operados en el capitalismo, asociados con el surgimiento de nuevos sectores tecnológicos, el poder de sus corporaciones y nuevas formas de organización.
La estructura concentrada del capitalismo tecnológico potencia las innovaciones permanentes y redituables. Las nuevas empresas tecnológicas acceden a un capital casi ilimitado, en la medida que innovan, amplían las plataformas para sus productos y cobran el tributo a millones de seguidores en todo el mundo que, también, se expanden constantemente.
Cuando estas firmas se hacen cada vez más grandes y cubren casi todos los aspectos de nuestras vidas, el capitalismo tecnológico se enfrenta a una preocupación por la vulneración de la privacidad y las prácticas monopólicas y anticompetitivas.
Esas nuevas organizaciones dependen de la apropiación empresarial de los resultados de la investigación en general y lo convierten en patentes bajo el régimen de la propiedad intelectual privada. La economía política del “poder corporativo y la dominación tecnológica”, vincula el surgimiento del tecnocapitalismo con la globalización y el poder creciente de la industria digital.
Teniendo en cuenta las nuevas relaciones de poder introducidas por las empresas que controlan el tecnocapitalismo, aparecen nuevas formas de acumulación que involucran intangibles —como la creatividad y el nuevo conocimiento— junto con la propiedad intelectual de las patentes y la infraestructura tecnológica.
La convergencia de la globalización y el desarrollo del tecnocapitalismo, han potenciado la creciente importancia global de los intangibles. La economía se desmaterializa, se invisibiliza. Ello acentúa las desigualdades creadas entre las naciones a la vanguardia del tecno-capitalismo y las que no lo están; la creciente importancia de los flujos de fuga de cerebros entre naciones y el surgimiento de lo que se conoce como complejo tecno-militar-corporativo, que está reemplazando rápidamente al antiguo complejo militar-industrial de la segunda mitad del siglo XX. Un claro ejemplo de esto último fue la provisión de radares por parte de Starlink, propiedad de Elon Musk, al Pentágono para monitorear el avance de las tropas rusas en Ucrania.
Hace unos años conocimos el culebrón de la compra de Twitter por parte de Elon Musk, con claros objetivos de incidir en la política interna de los Estados Unidos. Luego de que el CEO de Tesla dijese que iba a poner en suspenso la compra de la red social por 44 mil millones de u$s, las acciones de la compañía cayeron rápidamente. No es la primera vez que un tuit de Elon Musk produce tales efectos. De hecho, las propias acciones de Twitter habían subido casi 5% en un día cuando se anunció la compra. Pero si vamos un poco más atrás, en enero de este 2022, la compañía Signal Advance Inc. subió un 526% el valor de sus acciones en el mercado por dos palabras tuiteadas por Musk: “Use Signal”. Incluso cuando ni siquiera se refería a esa compañía, sino a un servicio de mensajería.
Estos hechos que rozan el absurdo ponen de manifiesto el creciente poder de algunos individuos y su influencia en el capitalismo del siglo XXI. El ya mencionado Elon Musk y su empresa X, acaban de protagonizar un episodio grave de desconocimiento a la soberanía del Estado brasileño y su Suprema Corte de Justicia, al negarse a cumplir con la legislación vigente en ese país y a comparecer ante la justicia. Como única respuesta a los requerimientos del Gobierno, Elon Musk decidió suspender unilateralmente la operación de su empresa, que prestaba un servicio público en el área de comunicaciones y retirar todas sus inversiones en la República Federativa de Brasil. Las redes sociales, que han acelerado la crisis de los medios de comunicación masiva tradicionales, asignan una gran importancia al número de seguidores que tienen sus plataformas, de lo que derivan un poder para influir y manipular a la opinión pública en los procesos electorales, en los estilos de vida y de consumo y hasta en la desestabilización de gobiernos.
La era digital ofrece oportunidades, pero también amenazas. Sirve como instrumento de información, pero también de dominación. En el libro “Technology and Democracy: Toward A CriticalTheory of Digital Technologies”, del académico de teoría crítica Douglas Kellner, habla de las múltiples caras del tecno-capitalismo, sus luces y sombras. Subraya la necesidad de una teoría regulatoria que pueda equilibrar y mejorar, en beneficio de la sociedad y los usuarios, los extremos positivos y negativos de la tecnología. Tal teoría puede generar una posición más inclusiva de la tecnología, como cuestión central para la vida humana, moldeada por relaciones sociales en contextos económicos, políticos y culturales específicos.
Así como el capitalismo en general, ha requerido la necesidad de regulaciones para evitar el abuso y el fraude en manos de unos pocos, el tecno-capitalismo plantea idéntico dilema. Invariablemente la acumulación, extracción y centralización de ganancias; así como de poder, riqueza y propiedad privada, al servicio de unos pocos CEOS y ejecutivos del tecno-capitalismo, conduce a una gigantesca concentración de poder y genera más desigualdades.
De no existir regulaciones, cuando los propietarios de las grandes plataformas tecnológicas se sirven de nuestros datos para su explotación, este tecnocapitalismo puede caer en las antiguas formas de explotación feudal hiperpolarizada, donde existan unos pocos señores tecnofeudales y el resto sean vasallos económicos y culturales.
La dinámica del capitalismo
De este tema se ocupa el último libro del economista griego YanisVaroufakis. El libro se titula “Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo”. En el mismo desarrolla la hipótesis de que el capitalismo está desapareciendo y no –como se piensa- experimentando una de sus tradicionales metamorfosis. Confiesa que, durante la pandemia, su sospecha se transformó en convicción, lo cual derivó en la necesidad de explicar esa certeza en un libro.
Varuofakis opina que el capitalismo está muerto, en el sentido de que sus dinámicas ya no rigen nuestras economías. Ese papel lo ejerce ahora algo diferente que él llama “tecnofeudalismo”. En el centro de su tesis sostiene que lo que ha matado al capitalismo es… el propio capital. No como lo entendíamos desde el comienzo de la era industrial, sino una nueva forma de capital, una mutación surgida en las últimas dos décadas, mucho más poderosa que la industrial o la financiera. Se pueden identificar tres causas primordiales: 1) La privatización de internet realizada por las grandes tecnológicas estadounidenses y chinas; 2) la forma en que los gobiernos occidentales y los bancos centrales respondieron a la gran crisis financiera de 2008; y 3) la pandemia del COVID19, que generalizó el trabajo domiciliario.
Esta mutación histórica del capital ya se ha producido, pero el mundo absorto en sus apremiantes dramas no se ha dado cuenta. El tecno feudalismo ha demolido los dos pilares del capitalismo: los mercados y los beneficios. Los mercados han sido sustituidos por las plataformas de comercio digitales, que parecen mercados, pero no lo son, y se parecen más a feudos. Y el beneficio, el motor del capitalismo, ha sido sustituido por su predecesor feudal, la renta. En concreto, una renta que debe pagarse por el acceso en particular a esas plataformas y en general a la nube. De allí que se la llame “renta de la nube”.
De esta manera, en la actualidad el poder real no lo ostentan los propietarios del capital tradicional, los dueños de la maquinaria, los edificios, las redes ferroviarias o telefónicas y los robots industriales. Éstos siguen extrayendo beneficios de la mano de obra asalariada, pero ya no son hegemónicos como antes. Ahora se han convertido en vasallos de una nueva clase de señor feudal, los propietarios del capital de la nube. En cuanto al resto, todos hemos vuelto a la condición de siervos con el tributo que pagamos mensualmente a Internet, Facebook, Instagram etc. Así, también, contribuimos a acrecentar exponencialmente la riqueza y el poder de la nueva clase dominante, con nuestro trabajo no remunerado que consiste en proveer, gratuitamente, todos nuestros datos, opiniones, artículos, libros, películas, videos y fotografías, para que ellos alimenten sus plataformas y vendan la información a corporaciones comerciales o agencias de información.
Nos preguntamos: ¿Acaso todo esto tiene alguna relevancia en nuestra vida? Desde luego que sí. Hay que reconocer que nuestro mundo se ha vuelto feudal. Tal vez esto nos ayudará a resolver interrogantes grandes y pequeños: desde la esquiva revolución de la energía verde y la decisión de Elon Musk de comprar Twitter y convertirla en X, hasta la confrontación hegemónica entre EE.UU. y China. Cómo la guerra de Ucrania amenaza el reinado del dólar; la muerte del sujeto liberal; las dificultades de la socialdemocracia y la urgente necesidad de recuperar la autonomía para pensar y tomar el timón de nuestras vidas, así como para recuperar y ensanchar nuestra libertad. Aconsejo, vivamente, la lectura de este libro de Yanis Varoufakis, editado por Ariel de Barcelona.
A modo de conclusión podemos deducir que, en este nuevo modo de extracción de valor, la Inteligencia Artificial acelera y ensancha el poder de los propietarios del capital de la nube. Ellos, los Señores Tecnofeudales de la Era Digital, o la nueva clase dominante, decidirán el sentido y alcance de la Cuarta Revolución Industrial y la globalización del futuro.
Por supuesto, excepto que el Estado-Nación, único freno que puede detenerlos -como lo hizo Brasil a través de su Presidente Luis Inazio Lula da Silva- regule la prestación de sus servicios de manera de preservar la intimidad y privacidad de las personas, el cumplimiento estricto de la legislación nacional y la moral de los contenidos que difunden sus plataformas. Sólo así, evitaremos que este Minotauro contemporáneo nos atrape en el laberinto de sus redes y nos convierta en siervos de la gleba.
* José Miguel Amiune es Escritor en Wall Sreet International Magazzine, Director Ejecutivo Fundación Raúl Prebisch