¿UN ETERNO RETORNO?
Por Edgardo Manero
En Argentina, el retorno a la democracia en 1983 y la consecuente desarticulación de la lógica de guerra han humanizado gradualmente las relaciones políticas. Dicha etapa parece clausurada con la llegada al gobierno de La Libertad Avanza (LLA), por lo menos en términos simbólicos. Como en otras coyunturas, particularmente el ciclo abierto con la caída del peronismo en 1955, Milei traza una línea neta entre “Nosotros” y “Ellos” en el cual las prácticas de desvalorización de la oposición no se reducen a juegos discursivos de su lenguaje violento. Desde el Estado vehicula representaciones estigmatizantes de la alteridad política que cargan en potencia con formas de conflictividad que tensionan la democracia representativa, lo implica un cuestionamiento de importancia de lo que se considera una institucionalidad sólida, posible de comparar con el levantamiento militar de Semana Santa en 1987 o la gestión de la crisis de 2001 por F. de la Rúa. El recurso a la forma más extrema de desvalorización, la deshumanización será representativo de ese amplio espacio que es el libertarismo.
Necesaria al abandono de la lógica de guerra hegemónica en la sociedad argentina durante gran parte del siglo XX, suprimir la idea de una otredad absoluta en política fue consustancial con el proyecto democrático instalado tras el fin de la dictadura cívico-militar. Marginal en lo político, desde la década de 1990, las dimensiones no sociales en el fortalecimiento de la diferencia y las prácticas de deshumanización se vinculan a la cuestión de la seguridad pública. Los discursos erradicadores expresan nuevas formas de gestión de la nocividad social. La deshumanización y el correspondiente bestiario, consustancial al deseo de una “limpieza” que ya no es política sino social acompañan la transición de la alteridad política a la alteridad social experimentada en el marco del neoliberalismo.
La llegada al gobierno de La Libertad Avanza en 2023 constituye un punto de quiebre con respecto a las prácticas de desvalorización del opositor político instaladas en la Argentina post 1983. Milei recurre abusivamente a un mecanismo arcaico, constitutivo de todo proceso de enemización, las dimensiones no sociales como fortalecimiento de la diferencia, incorporando nuevas figuras, claramente globales, al bestiario político local : orcos, mutantes y zombis. Tributaria de la idea del no ciudadano, las figuras de ese otro como un “fuera de la humanidad” trasciende al gobierno de Milei y lo precede, expresando el pasado en el presente.
La desvalorización del “otro” político habitualmente se manifiesta mediante un vocabulario despectivo y agresivo en la designación de aquellos a los que los discursos condenan. La utilización de adjetivos es primordial para convertirlo en un diferente. En el mileismo, las palabras, principalmente por vía de las redes sociales, colaboran en el establecimiento de las diferencias. La desvalorización implica ir más allá de las referencias habituales en la denostación política en la Argentina post 1983. La designación tradicional de los enemigos mediante categorías propias de lo político o del orden de la moral se complementa con referencias destinadas a provocar exterioridades absolutas con respecto al campo humano. No alcanza con acusarlos de “socialista”, “fascista”, “populista”, “estatista”, “intervencionista”, “terroristas”, etc. Tampoco con apelar a su condición de “criminal”, “inútil”, “ineficiente”, “ladrón”, “corrupto”, “cobarde”, “degenerado”, “vago”, “traidor” o “drogadicto”. Los términos empleados parecen agotarse en el orden de lo no social. Ahora bien, el opositor es más que un ser portador de valores despreciados.
La degradación del “otro” con la ayuda de adjetivos exteriores al campo social muestra una cierta similitud con otras experiencias históricas aunque las diferencias entre las argumentaciones y los temas de los discursos hayan cambiado. En este marco, la referencia a “kuka” -forma despectiva de llamar a los simpatizantes peronistas relacionado la palabra cucaracha con kircherismo-, a los orcos, a los mutantes y a los zombis no es otra cosa que una reactualización de ese discurso acusatorio en el cual la propia humanidad del acusado es puesta en tela de juicio.
Con la figura del orco, instalada por Milei a diferencias de las otras figuras prexistentes, se moviliza un imaginario social anclado en la percepción fenotípica y cultural de las clases populares por las elites. Bárbaros, primitivos y salvajes, de aspecto brutal, su imagen se acompaña de una dimensión “moral” degradante expresada en el canibalismo, la impulsividad y la violencia. Enemigos de la humanidad al servicio de poderes malignos, en tanto expresión de las tinieblas se prestan a la oposición de las “Fuerzas del Cielo”.
En septiembre 2024 el presidente Javier Milei publicó en sus cuentas oficiales de la red social Instagram y X un video asociando al peronismo con seres que han perdido toda forma de conciencia y humanidad, que se comportan violentamente y cuya maldad es contagiosa. Con una estética, de la cual la serie WalkingDead es el paradigma, recurre a las figuras del zombie y del mutante, presentes en el imaginario social, no solo de las clases medias, desde principio de siglo XXI para referirse a los sectores populares.
La asociación del kirchnerismo con una enfermedad, para algunos mental, es de larga data inscribiéndose en la vieja idea de la sociedad enferma. Esta metáfora que aparece en diversas coyunturas, no es exclusiva de los sectores portadores de una visión conservadora del orden social si bien ha sido llevada al paroxismo en el caso argentino por la dictadura cívico-militar en 1976. Así, en los ’70, la “Nueva izquierda” desarrolla su propia versión, en la que, uniendo el registro biológico con el moral, la lucha se presenta como una operación quirúrgica destinada a extirpar el cáncer de la traición y del engaño. Las alegorías biológicas constituyen la forma extrema de la deshumanización. Aunque el “bárbaro” y el “salvaje” cargan con su animalidad, sus figuras conservan todavía una parte de humanidad.
Estereotipos arcaicos y elementos modernos participan del maniquesimo de Milei. Los opositores a la “libertad” son ubicados al margen del “nosotros” y constituyen un colectivo extraño y extranjero a quien se le niega, mediante referencias a la cultura y a la natura, el derecho a ser semejantes. Su reverso es “la gente de bien”, significante que aglutina y produce la configuración identitaria de los simpatizantes mileístas.
Una percepción perenne de las clases populares
El recurso a categorías propias de un orden no “político” destinadas a provocar exterioridades absolutas es constitutivo de una cierta forma de pensar lo político. La deshumanización del enemigo forma parte de una antigua tradición presente en culturas diferentes. Ahora bien, si la formulación de la diferencia a partir de dimensiones morales, biológicas y culturales no es patrimonio ni de las visiones conservadoras ni de las transformadoras del orden social, en Argentina se aplicaron fundamentalmente a los sectores populares. Vinculándose con las movilizaciones sociales –de los anarquistas a los piqueteros–, el recurso a la desvalorización marca la relación de las elites con los sectores subalternos; se inscribe en la construcción identitaria fundacional de la historia política argentina, la dicotomiza sarmientina “Civilización o Barbarie”.
Inseparable de la cuestión de la inmigración, en 1905, el discurso de M. Cané con relación a la Ley de Residencia hace referencia a la necesidad de dotar al Poder Ejecutivo de los poderes necesarios para arrancar de raíz la planta dañina desde su nacimiento, y para evitar, así, que venga a infectar el suelo patrio. Años más tarde, este discurso será llevado a su paroxismo en otra geografía: la europea. En el marco del Centenario, en particular en los debates parlamentarios sobre la Ley de Defensa Social, al mismo tiempo que el anarquista es puesto sobre el mismo plano que el epiléptico y el loco y se prohíbe su ingreso al país, los huelguistas son percibidos como bandas de malhechores, asimilados a bandoleros o bandidos. Con el triunfo de Yrigoyen, la “chusma” radical fue objeto de prácticas de desvalorización. Por un lado, los radicales son presentados como ladrones, corruptos, grotescos y criminales. Los diputados son tratados de canallas, de populacho y de personajes groseros. Por otro, son asimilados a animales que rebuznan, Yrigoyen es tratado de megaterio y su ministro, de antropoide. En el mismo contexto, la Liga Patriótica apela a la defensa de la sociedad contra la “peste exótica”.
Con la llegada del peronismo, las prácticas de desvalorización se profundizaron. Para un amplio espectro de la sociedad, el peronismo expresa la dimensión amenazante de cuerpos y espíritus “diferentes” por natura y cultura. En los años cuarenta, el proceso migratorio interno, consecuencia de la industrialización y de la transformación de la sociedad tradicional en sociedad moderna, es definido, por una parte de la sociedad argentina, como “aluvión zoológico”. Esa definición no es solo una mera expresión del prejuicio, implicaba una visión discriminatoria que consideraba que la gente con ciertos rasgos fenotípicos no pertenecía a la escala humana. La dicotomía peronismo-antiperonismo, expresada mediante el binomio “aluvión zoológico”-“gorilas” divide la sociedad. Con el peronismo se dibuja una “nueva barbarie”. Los comportamientos –reales o supuestos– de los sectores populares son descriptos bajo un ángulo grotesco: “se lavan las patas en las fuentes públicas” o “sacan el parquet de los pisos para hacer un asado”.
El discurso moralista y conservador también participa de la construcción del peronismo como alteridad negativa. Constituido por un “aventurero degenerado” y “una puta”, es más que una “timocracia”, es un desafío a las costumbres y a los valores establecidos. La calumnia ocupa un lugar en la elaboración de estereotipos destinados a estigmatizar. Los rumores acerca de la vida privada de Evita, sobre la relación orgiástica de Perón con integrantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) o con celebridades como G. Lolobrígida o A. Moore son buenos ejemplos. Inseparable de una visión conservadora del orden social y moral, la idea según la cual el peronismo había promovido las bajas pasiones populares, la venalidad y la “pornocracia” estaba ampliamente difundida y sostenida por la oposición. El carácter amenazante del peronismo hace que ese tipo de posiciones aparezcan incluso en intelectuales de la talla de E. Martínez Estrada. Su texto ¿Qué es esto? Catilinarias es un ejemplo.
Si las consideraciones de orden no social como fundamento de desvalorización impregnan a la sociedad argentina de los setenta, es en el modelo de narración del conflicto desarrollado por el nacionalismo integrista, en general, y los militares, en particular, donde el recurso a la desvalorización mediante la referencia a lo moral y a lo biológico mejor se aprecia. El discurso de la dictadura cívico-militar instalada en 1976 está plagado de imágenes y alegorías biológicas que presentan la eliminación del enemigo como una operación profiláctica. Para los militares como para el nacionalismo integrista, los subversivos son militarmente peligrosos y moralmente cobardes. Esa figura del “otro” amenazante sincretiza el lado repugnante y el lado feroz. En este dispositivo, los vicios y debilidades de esos sectores se superponen a su ferocidad. Es, en todos los casos, una criatura vil. Procede de la manera más cobarde, mata con bombas a víctimas inocentes, y se esconde detrás de sus hijos. Una cobardía presentada en oposición al coraje de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.
La asimilación de las ideologías “subversivas” a un cuerpo extraño y peligroso que debe ser destruido instala otro registro de lo biológico en la política: el de los parásitos generadores de epidemias que amenazan la integridad del organismo sano. La imaginería del parásito y del contagio es una figura clave del discurso de la hostilidad en el siglo XX, asociada fundamentalmente al discurso anticomunista tanto en Europa como en América Latina.
De carácter biológico-médico, el discurso higienista exige la eliminación de los agentes contagiosos y degenerados, por lo que es apropiado para las prácticas de erradicación. Excluidos de su humanidad, ubicados más allá de las normas que rigen las relaciones entre iguales, los portadores de ideología subversiva amenazantes, enemigos absolutos, devienen organismos que deben ser exterminados. En la lógica de la “limpieza”, el “otro” se convierte en una rata, un bacilo, un piojo, es decir, en un agente transmisor de todos los contagios y de las epidemias.
Algo más que una semántica de binarismos radicales
No habría que reducir el recurso a la identificación del “otro” amenazante con una enfermedad, un salvaje, un animal o una planta perjudicial a una ornamentación del discurso político, a un simple descriptivismo, sino a una representación del conflicto social según un modelo en el cual la figura del enemigo busca y debe –por la propia naturaleza del conflicto– ser diferenciada y devaluada con respecto al “nosotros”. Reposando necesariamente sobre una percepción esencialista, esa forma arcaica pero perenne de representación de la alteridad, que otorga al “otro” rasgos infra o no humanos, autoriza, por un lado, la exclusión, ayudando a mantener la coherencia de los dos campos constitutivos de la política y de su continuación: la guerra. Por otro lado, participa de la legitimación de los mecanismos represivos o disciplinarios.
Las prácticas de desvalorización son constitutivas de una cierta manera de concebir el conflicto social como indisolublemente vinculado con la oposición amigo-enemigo en cuanto expresión política de la pareja de opuestos fundacional: identidad-alteridad. Eterno retorno, los opuestos movilizados por La Libertad Avanza expresan resignificaciones de las dicotomías cultura-natura, humanidad-no humanidad, expresiones de la irreductible oposición fundamental entre el bien y el mal. Milei evoca, volviéndolo transparente, un rasgo central no solo del discurso mesiánico sino también de los procesos de enemización: la política es, en última instancia, una lucha entre el bien y el mal.
La deshumanizacion que porta esos criterios y mecanismos no se agota en una semántica de binarismos radicales, debe situarse en las condiciones materiales, en las prácticas de los procesos de enemización. Es un recurso esencialmente estratégico inherente a todo proceso de enemización. En dichos procesos el modo en el que se produce el enemigo apela a estereotipos y a prejuicios sistemáticos, socialmente instalados, por los cuales la diferencia participa de la lógica de la neutralización virtual o real. Los procesos de enemización congregan la articulación de distintas fuerzas sociales, que se encadenan entre sí en la medida en que se posicionan antagónicamente respecto de la percepción de una amenaza común, lo que suscita la canalización de demandas y una producción de sentido para representar del conjunto de fuerzas articuladas que buscan promover hegemonía política. Están, en última instancia, en relación con la idea de stáseis, propia de la antigua Grecia, como racionalidad de lo político :ese tipo de crisis resultante de un conflicto interno vinculado a la canalización de demandas sobre la base de un desequilibrio percibido en la distribución del poder que culmina estructurando una división clara de la sociedad en dos bloques políticos enfrentados.
En Argentina, los proyectos políticos tanto como los intereses defendidos cambian, sin embargo, el criterio y los mecanismos sobre los cuales se estructura el otro político como alteridad amenazante en situaciones de disputa hegemónica poco varían, se mantuvieron relativamente imperturbables a lo largo del siglo XX, y constituyen un elemento central de la cultura estratégica.
La representación de la alteridad amenazante tiene como premisa una concepción de la nocividad social del “otro”. Sobre su carácter pernicioso se estructuran discursos de desvalorización destinados a reforzar la exclusión y capaces de fundar prácticas de erradicación; se los puede tratar distintamente porque no se los considera seres humanos. En el discurso acusatorio, la propia humanidad del acusado es puesta en tela de juicio. El enemigo debe ser designado como un bárbaro, un salvaje, un bruto, una bestia, un animal. Su exterioridad –y su diferencia– es tanto del orden de la cultura como de la natura. Las prácticas de desvalorización facilitan y permiten considerar a esos otros definidos por categorías que los ubican fuera de la humanidad, como superfluos cargando con la posibilidad del aniquilamiento. Desvalorizar funda relaciones sociales asimétricas que permiten la negación del estatus de persona y como consecuencia, deslegitiman también sus derechos. Las prácticas de desvalorización participan del recorte de los derechos sociales impulsados por los peronismos.
En Argentina, diferentes sectores, no solo militares y nacionalismos, recurrieron, permanentemente, al desconocimiento de la humanidad de esos “otros”, percibidos como amenazantes según un esquema más o menos clásico y universal, donde esencias y conductas “monstruosas” están destinadas a cortar toda forma de empatía. No son como “Nosotros”. Características “físicas” y “espirituales” irreversibles determinan la extrañeza irreductible de ese “otro” y eliminan todo riesgo de confusión entre las partes, entre “ellos” y “nosotros”. Una vez deshumanizado ese “otro”, es colocado no solo fuera del colectivo de identificación –la comunidad de destino para los nacionalistas–, sino también fuera de la ley y de la humanidad, es decir, del espacio de toda convivencia. Designar al “otro” como un infrahumano implica la negación no solo de un denominador común, sino también de todo código comunicacional; hace imposible todo diálogo, clausurando la negociación fundamento de la política en democracia.
La infrahumanidad dificulta de antemano todas las posibilidades de éxito de la política, hipertrofiando la perspectiva de la neutralización y del exterminio. Aunque no conduce ineluctablemente al terrorismo de Estado, en la voluntad de deshumanizar al enemigo, provocando su metamorfosis en animal o planta perjudicial, late la posibilidad siempre presente de la búsqueda de la neutralización definitiva, el deseo de una expulsión absoluta que no es otra que la eliminación física. La estigmatización puede conducir a una perspectiva exterminadora de allí su peligrosidad. El Holocausto con la metáfora de “la sociedad como jardín atacado por malas hierbas humanas” que, de manera análoga a otras malas hierbas, deben ser aisladas, contenidas, bloqueadas hasta ser exterminadas, constituye el ejemplo más evidente. Lógicamente, la oposición a Milei asimiló rápidamente el video libertaria los films de propaganda nazi. Ahora bien, la deshumanización es independiente de la variable ideológica.
En la medida en que el “otro” es colocado en la alteridad absoluta dada por su no humanidad no queda expuesto a la justicia de los hombres, sino a la ley de la naturaleza. El derecho es relativizado, porque la guerra es contra los inhumanos, no contra miembros de la humanidad. En este marco, la animalidad del “otro”, naturalmente, abre el camino a las prácticas de animalización, ya que, si son unas bestias, pueden pues ser tratados como animales. No existe ninguna barrera para la violencia contra los que son considerados perniciosos. Mostrando al hombre en la piel de un depredador, mediante esa metáfora advierte a sus semejantes del carácter potencialmente peligroso contra los suyos, un comportamiento que empuja a volverse tanto más depredadores que sus semejantes. Es tal vez, lo que desea expresar la figura del león que cierra el video libertario.