ARGUMENTOS PARA DEFENDER LA UNIVERSIDAD PÚBLICA
Por Natalia Fattore *
En el discurso que dio en el marco del acto donde oficializó el cambio de nombre del “Centro cultural Néstor Kirchner”, a “Palacio Libertad Centro cultural Domingo Faustino Sarmiento”, el presidente Javier Milei sostuvo, entre otras cosas que “La verdad incómoda en la Argentina es que la universidad pública nacional no le sirve a nadie más que a los hijos de la clase alta y a los hijos de la clase media alta”, y que, en ese sentido, “el mito de la universidad gratuita se convierte en un subsidio de los pobres hacia los ricos, cuyos hijos son los únicos que llegan a la universidad con los recursos, con la cultura y el tiempo necesarios para poder estudiar”.
Frente a este discurso, plagado de desconocimiento y de prejuicios ideológicos más que de fundamentos sólidos, me gustaría oponer algunos argumentos. Y hacerlo desde el campo en que me desempeño, que es el de la pedagogía y la enseñanza en la Universidad.
La apertura en el ingreso y la gratuidad de los estudios de grado, diferencia a nuestro país de otros de América Latina, y constituye un signo de la tradición plebeya del sistema universitario argentino, que ha permitido la convivencia de jóvenes de distintos sectores sociales[1]. Es recién durante la segunda mitad del siglo XX, que la universidad pública argentina se configuró como un sistema de ingreso de los estudiantes caracterizado por la libre admisión. Una tradición que va a ser interrumpida durante todos los períodos dictatoriales, retomada con fuerza a partir del retorno a la democracia, con un quiebre importante sufrido en los años ’90. Esta tradición se instaló en el sentido común de los argentinos, pero hasta el día de hoy –y quizás con más fuerza luego de los años de la pandemia-, es motivo de fuertes debates.
Es cierto que desde hace algunas décadas distintas investigaciones vienen poniendo en cuestión las situaciones de selectividad que también se producen en la Universidad. La noción de inclusión excluyente (Ezcurra, 2011) es una de las que nombra esta tendencia que caracteriza un ciclo de masificación que abre la entrada a nuevos sectores sociales y que al mismo tiempo entraña una tendencia que son las altas tasas de deserción. Ahora bien, entendemos que la respuesta es mucho más compleja que la que se anuda en la rápida afirmación “los pobres no llegan a la Universidad” naturalizando condiciones de existencia, y que se juega justamente en la intervención de la política y en las condiciones de enseñanza que se habilitan para hacer efectivo el derecho de todos a la educación superior.
Entonces, ¿desde qué argumentos sostener la defensa de nuestro sistema universitario?
1.“La educación superior es un bien público, un derecho humano universal y un deber de los Estados”, afirmado en el 2008 en la declaración final de la CRES (Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe) y reafirmado en el año 2018. En nuestro país, la modificación de la LES aprobada en 2015 establece la gratuidad, el ingreso irrestricto, el acceso sin discriminación a las instituciones de educación superior y toma recaudos sobre la soberanía nacional en las universidades estatales (Puiggrós, 2023, p. 205) La inclusión de un derecho en una Ley o una declaración expande las aspiraciones por la garantía de ese derecho y al mismo tiempo abre la disputa por las condiciones efectivas de su implementación. Y estas condiciones, venían siendo pensadas y articuladas en el marco de políticas educativas nacionales; por nombrar solo algunas: el establecimiento de la obligatoriedad del nivel secundario, el crecimiento del número de instituciones que integran el sistema de universidades públicas y gratuitas del país, el conjunto de programas y sistemas de becas para garantizar el sostenimiento y finalización de los estudios.
Y es importante decir que la Universidad es un derecho individual, el derecho que tienen todos los ciudadanos de acceder, de estudiar, de aprender y de recibirse en la Universidad; pero también es un derecho colectivo, un “derecho del pueblo”, como elije nombrarlo Eduardo Rinesi; y esto implica que la Universidad donde se enseña pero también se produce conocimiento, debe ser pensada como institución “aliada” en la solución de problemas que en el necesario diálogo con la sociedad y el territorio se definan como relevantes y como objetos posibles de colaboración (Rinesi, 2015).
2. Ahora bien, siguiendo a Rinesi, sostener que existe un “derecho a la universidad” -y que por lo tanto la misma no es un espacio al que solo acceden los hijos de la clase alta-, significa postular que la Universidad tiene la obligación de reconocer en sus estudiantes a los sujetos de ese derecho que esos estudiantes tienen, y que ella tiene que garantizarlo porque en eso reside su justificación y su sentido.
Históricamente, la Universidad trabajó sobre el supuesto de la universalidad y la libre admisión, y al mismo tiempo cierto desconocimiento del “otro” hizo posible justamente ese gesto. Sin embargo, desde hace varias décadas, son más frecuentes en las políticas universitarias las preguntas por quién es el que llega a la universidad (género, sector social, nivel cultural, condiciones de vida, gustos, competencias), preguntas que vienen ligadas al éxito o el fracaso de los jóvenes en la Universidad y que en algunos casos abren el camino al ajuste o adecuación que la Universidad debe hacer sobre aquello que transmite, -la controvertida categoría de “primera generación” de estudiantes universitarios, es una buena muestra de ello-.
En este sentido, Rinesi recupera al filósofo Jacques Rancière para denunciar cierta complicidad entre la comprensión sociológica de los mecanismos de dominación y la vieja filosofía del “cada uno en su lugar”, que tan rápidamente como la aceptamos nos lleva a preguntarnos que “tipo” de educación resulta adecuada para “este tipo de estudiantes”,
“maduras y sensatas descripciones sociológicas de los modos efectivos en los que funcionan las cosas en el mundo, pero [que] esconden mal su condición de ideologías de la legitimación de las ventajas relativas de unos y de fuerte desconsideración hacia los otros” (Rinesi, 2020, p. 68).
A los docentes nos toca entonces sostener un gesto de institución y reconocimiento que debe exceder cualquier cálculo o cualquier especulación sobre lo que el otro “es ”.Sin condición, afirma Serra, para establecer que nada de lo que un/a joven es interfiera en la posibilidad de que sea parte de los estudios universitarios. Aun con sus contradicciones históricamente la Universidad argentina se ha distinguido por eso. (Serra, 2016).
Ahora, creemos también que la negación identitaria en un extremo, o la pura adecuación en el otro, implican riesgos. Se trata en todo caso, de dejar de pensar al estudiante universitario como una “condición” dada, y entenderlo en el marco de las profundas transformaciones de la época, en tanto destinatario y al mismo tiempo producto de nuestra enseñanza. Es este un desafío a pensar, en tanto los perfiles de los estudiantes que las universidades publicas argentinas reciben en la actualidad se han vuelto mucho más heterogéneos que lo que plantea livianamente el discurso presidencial. Políticas entonces, y enseñanza sin condición.
3. Por último, no me parece menor desdeñar lo que implica la experiencia universitaria, y me refiero con esto al encuentro con otros diferentes, con otros modos de pensar y ver el mundo, con los espacios políticos y de militancia, con lo que Horacio Gonzales llamó en un precioso texto los “saberes de pasillo”, los encuentros dentro y fuera del aula, el debate continuo y sistemático; no desdeñar, decimos, lo que todo eso representa en términos de formación. Las investigaciones sobre la experiencia estudiantil, dan cuenta de la productividad de los lazos sociales, afectivos y cognitivos, de los espacios de sociabilidad y las redes de relaciones generacionales e intergeneracionales que se construyen en esas fronteras abiertas y porosas de la universidad pública argentina (Carli, 2012).
En este sentido, las universidades pueden ser a veces desiguales y jerárquicas, pero también existen en ella, como dice María Pía Lopez, esos espacios que “rasgan esa naturalizada desigualdad y su sistemática reproducción”,
“muchas personas dan –damos– clases pensando que eso puede suceder y que la igualdad no es el lugar al cual arribar sino el punto de partida de todes. (…) Yesa emergencia pone en tensión, aunque se aun instante, la reproducción de la desigualdad. Pone en tensión, no es presunta abolición. O se convierte en breve relámpago que ilumina. No es abolición, no es redención, no es fundación. Es grieta, tajo, hendidura, alerta, advertencia, huella (…) una clase es un acto político cuando produce en quienes la atraviesan una huella desde la cual se afirman rasgos de una sensibilidad emancipada. Una marca en cuerpos y memorias, una insistencia que nunca es un triunfo. El revés de la carimba, la marcación a hierro caliente del cuerpo de las personas esclavizadas” (2020, p.43)
Si la desigualdad se inscribe en una distribución de la riqueza cada vez más escandalosa, una clase universitaria puede ser ese espacio de la igualdad, que active otras experiencias, vínculos y peleas (Ibid, 46).
La universidad “no ofrece nunca un plano frontal del conocimiento” dice Horacio Gonzales. Por ello, defenderla no puede implicar restringirla a su rendimiento en términos económicos, idea que contradice la misma noción de derecho, y nos impide pensar lo que se juega en toda educación, y en la universitaria en particular, para la sociedad posible, para la construcción de un mundo más justo y deseable. Aun en períodos de crisis, las universidades sostienen su tradición plebeya dando lugar a un reparto más igualitario del conocimiento. Con alcances siempre complejos y contradictorios, nunca posibles de ser analizados desde lecturas lineales como las que parecen obstinadamente querer sostener desde las altas esferas del poder político.
Bibliografía citada:
Carli, Sandra (2012) El estudiante universitario. Hacia una historia del presente de la educación pública. Buenos Aires, Siglo XXI
Ezcurra, Ana (2011) Igualdad en Educación Superior. Un desafío mundial. Universidad Nacional de General Sarmiento – IEC/CONADU,
López, María Pía (2020). Clase y política. Bs. As.: Ministerio de educación de la Nación
Puiggros, Adriana (2023) Por una defensa de la educación publica. Argumentos para discutir las derechas latinoamericanas. Buenos Aires, Siglo XXI.
Rinesi, Eduardo (2015) Filosofía y política de la universidad. Buenos Aires, UNGS
Rinesi, Eduardo (2020) Universidad y democracia. Buenos Aires, Clacso. Serra, Silvia (2016) ¿Universidad, pa
[1] “Al hacer posible el acceso de jóvenes de distintas procedencias sociales, el ingreso irrestricto habilita la mezcla social y propicia la convivencia e hibridación de valores juveniles de elite y populares en la cultura institucional de las facultades” (Carli, 2012, p.72).