ENTRE-GOCE-TENER

Por Aldo Felices *

La hormiguita se desplaza por la botella de Klein, cree estar afuera, nunca estuvo adentro. Volverá a pasar inexorablemente por el mismo lugar, siempre.

Lo inmanente. Entre el goce masoquista y la lógica del ser, los positivizados del populismo.

Dos premisas dos:

– El deber es el Bien. Imperativo kantiano que invita a encontrar el goce en la renuncia al propio deseo. La religión, por su parte, promueve hallar el goce en el sacrificio. Llamo a esta combinación: goce masoquista.

– Nadie dudaría en afirmar que ser y tener no son homologables.  Vemos pulular, sin embargo,  especialmente en cierta clase, individuos que creen ser por tener. Aspirarán naturalmente a tener,   “a como dé lugar”; y desde allí vivir una experiencia  gozosa, a saber: la sensación extática de identificarse a la clase de los que son-por-tener.

Desempolvo el círculo trigonométrico y veo dibujarse los ciclos sinusoidales. Allí está la gélida imagen de una secuencia obvia. En un semiciclo, el “popugresismo” que necesita apoyarse en la producción para acumular, distribuir y desendeudar(nos). En el otro semiciclo, el “retroliberalismo”, utilizando el acumulado -ahora conocido como “pesada herencia”- para exhibir condiciones que le permitan endeudar(nos) y repartir(se). Intervienen cuando el “popugresismo” logra que la deuda caiga por debajo del Umbral de Intenvención. Se despliegan a través de estrategias múltiples, dinámicas, según las regiones, según el momento histórico, aunque siempre apoyados en los pilotes cementados y resistentes del goce masoquista y la identificación al ser-por-tener. El proceso, así decido llamarlo, se reproduce de acuerdo a un formato extractivo –le llaman fuga- hasta que la deuda supera el Valor de Tolerancia Social. Las protestas, la gente en las calles, siguen funcionando como  sensor de alama. Es momento de la retirada, inicio del nuevo semiciclo. No confundirse, no se van porque  la gente sale a la calle, se van porque ya terminaron su obra, saturación, de la cual la gente en la calle es una consecuencia.

La retirada del “retroliberalismo” opera más bien como un repliegue que  mina el territorio del discurso social, con significantes de alto poder germinativo. Ya los escucharemos, cada vez con mayor frecuencia: valores, ética, moral, respeto. Todos al amparo de un semblante de saber. Impostura de incuestionable eficiencia histórica para establecer la norma, es decir, un régimen de repartos: el conjunto de los que saben, el conjunto de los ignorantes. Este último con sus atributos: amoralidad, irrespetuosidad, antiética. Siguiendo este postulado se promueve la intersección vacía en los círculos de Euler (le llaman grieta). Frecuentemente caemos en la trampa y no logramos apartarnos de esta lógica tan débil como la verdad en la que intenta sostenerse. Por esta vía, más temprano que tarde veremos confrontarse dos cuestiones inconmensurables. De un lado nuestra propuesta política, del otro una prédica espiritual. Cómo lograr en éste, nuestro tiempo, que las acciones de adoctrinamiento penetren más hondo en el discurso social  que las operaciones de evangelización. Adoctrinar y evangelizar, está claro, no se trata de la misma cosa, no portan el mismo argumento, ni persiguen el mismo objetivo, pero están dirigidos al mismo objeto, a saber, el discurso corriente en primera instancia. El efecto sobre el sujeto es la derivada segunda y segura.

Sabemos, el dogma no se presta al cuestionamiento, no se tratará entonces de interrogar su contenido sino de pedirle a la evidencia que se justifique en su valor de  enunciación. Es decir, no cuestionar el enunciado, sino el lugar de la enunciación. Quién lo dice? Qué autoridad tiene? Las prédicas más poderosas han caído cuando el enunciado se separa del enunciante. En otras palabras, cuando el sujeto de la enunciación no puede sostenerse en lo que dice.

Me estoy despidiendo del ciclo senoidal, me dirijo entusiasmado a la posibilidad que aporta un ciclo de histéresis.  No en el sentido psicoanalítico del término -correrá por su cuenta quien quiera leerlo como histeria colectiva- sino en el sentido físico-matemático. Esto significa que tras el repliegue retroliberal quedará un resto, núcleo embrionario, suma algebraica de los gozantemasoquistas y los identificados al ser-por-tener. Con mínimos estímulos podrán mantener la base así formada  y, con un montaje adicional llevarla hasta el Valor de Intervención.

Como cortar la repetición? Es mi pregunta. Y la de la hormiguita.

Necesito agregar una tercera premisa:

– Por mi culpa, dice el pecador de la oración cristiana, y lo redobla retóricamente: “por mi grandísima culpa”. En efecto, si no fuera culpa suya, entonces de quien sería sino de otro? Ese otro puede ser cualquiera, menos el mercado, una especie de orden natural aplicado sobre los sujetos sociales. Orden meritocrático que convierte a la culpabilidad en un sentimiento de alcance epistémico, el “es mi culpa” implica una hipótesis sobre la causa. La culpabilidad es lo que sucede cuando la causa adopta la forma de una culpa. El discurso meritocrático omite de modo artero la pregunta más pertinente: Culpa de qué?

Ahora sí: Poner en cuestión el lugar del saber, quitarle al enunciante el ropaje de verdad que exhibe su enunciado, pedirle a la evidencia que se justifique, encontrar para la culpa su “de que”, reconquistar el discurso social.

Y con los gozantes masoquistas? Y con los identificados al ser-por-tener? Nada.  Cuando un síntoma se hace colectivo, no hay nada que se pueda hacer.

Nos corresponde ser capaces de provocar en el campo del discurso social,  una fuerza coercitiva, esta vez en el estricto sentido de la física. De lo contrario, nuestra hormiguita deberá soportar que otra, renga, la persiga durante toda la vida.

* Aldo Felices, Militante